Se me antoja

Se me antoja

POR MARIVELL CONTRERAS
ASÍ EN LA VIDA COMO EN EL CINE

El cine de acción nos trae a la pantalla personas con muchos músculos que se hacen famosos por las hazañas asesinas de sus personajes.

Me dio pena leer que Arnold Schwarzenegger el flamante y flemático gobernador de la ciudad de las películas pudo haber salvado la vida de un reo arrepentido, redimido y hasta útil a la sociedad a la que dañó. Pudo perdonar y eligió matar. Era la vida real y actuó como en la pantalla. El mal actor para las buenas emociones se impuso y volvió a ser depredador y exterminador en la vida como en el cine.

UNA MUÑECA SIN SU YIPETA

No lo pudieron impedir sus ojos claros ni la incrédula mirada que estos le echaron. Se llevaron la cara yipeta recién comprada y dejaron a Selinées con las manos en la cabeza y el corazón en los pies.

Se fueron en cuatro gomas –abandonando quizás su cola de motora– y al enterarme reacciono agradecida porque la dejaron con vida.

A PASO DE VENCEDORES

El Ché le dijo a los obreros de Cuba en el 1959 que si se dividían serían menos fuertes. Y eso lo dijo algún malévolo mucho antes “divide y vencerás”. Ha sido táctica de gobiernos nacionales y estrategia de grandes potencias internacionales.

Así los pequeños grupos, los amigos, los que tenemos causas comunes nos seguimos fragmentando mientras los interesados engrosan los intereses en la cuenta de sus bancos.

EL CURA DE MIS MILAGROS

Todos los cristianos tenemos un cura personal que nos guió en algún momento de nuestra vida.

Yo tuve al padre Martín que me dio catequesis, clases de arte y de canto. El me puso a leer la Biblia en la misa del domingo. Me puso a cantar en el coro de la iglesia y fue capaz de ponerme de cantante solista en la misa del gallo de la pequeña iglesia de mi infancia en Monte Plata.

Hoy mi voz, la escrita y la hablada, es la base de mi carrera. Hoy mi palabra es esperanza de muchos jóvenes que quieren alcanzar el éxito.

Tal vez los mejores milagros son los que se trabajan… qué bueno que yo tuve mi (San) Martín…

LA ANCIANIDAD

Tenía miedo antes de entrar al Hogar de Ancianos de , no porque le tuviera miedo a ellos sino porque temía del dolor que me daría ver a un grupo de viejitos olvidados.

Pero, todo lo contrario.

Lloré de alegría y de ternura. De ver cómo esas señoras y esos señores acogían el regalo de nuestra presencia –con villancicos y música incluidas– y de notar el gran amor que brotan de sus corazones.

Pensaba, mientras miraba sus arrugas la cantidad de historias que están marcadas en esos rostros. Los hijos, los amores y las esperanzas que se han ido de sus lados y de sus corazones y sin embargo siguen ahí.

Están vivos y felices. Dan gracias a Dios y le sonríen al mundo con la candidez de la infancia. Como si hubieran olvidado todos sus dolores, como si la vida fuera este instante y nada más.

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