Se me antoja

Se me antoja

POR MARIVELL CONTRERAS
Yo pensaba que Dios le iba a devolver La Habana de sus sueños a Guillermito. Sí porque él no anhelaba más nada que recuperar su ciudad perdida.  Precisamente hace dos semanas que entré a la librería y me compré su libro de ensayos “Vidas para leerlas”, aunque confieso que ese no era en principio el motivo de mi visita y no sé por qué, aún no lo tenía en mi anaquel.

Esa misma noche y todas las demás que le siguieron estuve viviendo en el mundo de Guillermo Cabrera Infante. Se lo dije a más de uno “estoy viviendo en Cuba”, lo que no añadía era que estaba en un viaje de época y que así como mis ojos se adentraban en las palabras y los paisajes retratados por el autor de noche, mis días eran el reflejo de lo pensado y sentido mientras lo leía.

En este libro testimonial descubrí los personajes de la literatura y la cultura que nacieron o se dieron cita alguna vez, en Cuba. Si Cuba está allá en el fondo de todo lo que Cabrera Infante escribió.

Suerte, que escribió mucho y bien. Qué regocijo da leer a un hombre que cuenta historias como si fueran sones, sonatas o danzones. En fin que el escritor y crítico isleño nunca dejó de vivir rodeado de mar y movido por las palmas hechas –con gracia e ingenio– palmeras por García Lorca en su memorable “Iré a Santiago”.

Se ocupaba de todo y de todos. Contaba historias y hasta las descontaba. ¿Quién cómo el supo pintar lo que sería del mundo si Colón no hubiera descubierto América? para empezar, tú no estarías leyendo esto, pues Cabrera Infante no hubiera existido, tampoco quien esto escribe.

Bueno, visto desde otro punto de vista, ¿le puedo coger prestada mordacidad y crudeza? Si Colón no hubiera venido a América, si sus marineros hartos y cansados como estaban, lo hubieran tirado al mar…

Entonces respiraríamos sin duelo, porque Cabrera Infante, Guillermo, como el hijo, del hijo

de la monarquía inglesa y la desaparecida princesa, no hubiera muerto por un simple descuido natural en el Caribe, impensable en el país de los Lores.

No hubiera tenido que pagar como un delito el baile del Cha cha chá, o ser un eterno errante en busca del paraíso perdido y quizás no se hubiera inventado en Londres La Habana de sus sueños ni la Cuba de sus recuerdos.

Pero vino Colón y no se encontró con los chinos, y nos descubrió, y nos encubrió, y aprendimos de él y con él a describir con la tinta y a callar lo que hace daño.

Cabrera Infante en cambio solo aprendió a hablar, a escribir y a decir sin temores su verdad.

Era un infante este Guillermo que aún a los 72 años prefería el cine a la sardina –aunque de la última estaba ya bien lejos gracias a su literatura–.

Me cayó mal su muerte, precisamente cuando me estaba cayendo tan bien su vida, sus memorias. La forma en que llueve en el Caribe, su humanización perfecta de la imperfección humana (o la forma en que las deidades intelectuales cobraban cuerpo y pecado)

Lamento que se fuera sin entender por qué sus hermanos de patria –los exiliados de la carne y el capital– queriendo sardina se conforman con el cine.

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