Se me antoja 
Esos viejos y amados boleros… míos

Se me antoja  <BR><STRONG>Esos viejos y amados boleros… míos</STRONG>

POR MARIVELL CONTRERAS
Confieso que me gusta el bolero.  Y es de la única manera que le añado años a mi vida.  Es que el bolero me atrapó antes que ningún otro ritmo en la época de mi niñez.  Recuerdo vagamente los atardeceres de caña quemada y cielo rojo en que los pocos radios que había en Monte Plata se ponían a una con la música de acordeón de protagonista.

Recuerdo también otra música de acordeón que escuché de chiquita y era el vallenato colombiano que no sé cómo era protagonista de las pequeñas reuniones que hacían en su casa – muy cerca de la mía- Jacinta y Arcadio.

Pero lo que se quedó prendido en mi pecho como una marca de mis primeros dolores, fue el bolero.  Y es que mami siempre fue mujer de música dura (además de sus rancheras desde las 5 de la mañana hasta culminar en la Voz del Trópico con el sol alto y el ánimo bajito).

Y es que fue el género musical que me sacó mis primeras lágrimas… aún se me anuda el pecho cuando lo recreo «no quiero verte triste porque me mata tu carita de pena mi dulce amor/ me duele tanto el llanto que tu derramas que se llena de angustia mi corazón…», cantaba Olimpio Cárdenas y mami cerraba los ojos y yo sentía mi primera pena de amor.

Luego, tuve otra experiencia desde la inconsciencia y es que mi hermano Marlon tenía la buena costumbre –que me hizo tanto bien- de escuchar cada noche Cien canciones y un millón de recuerdos.

Y una noche, tirada en el piso y escuchándolo, me sorprendió la historia que narraba con voz desgarradora la despedida de un amigo de otro «desde un tétrico hospital donde se haya hallaba internado, casi agónico y postrado…»

La cama vacía, fue un canto doloroso en mi vida.  Lloré y lloré envuelta en la desgracia del amigo que escribe y que sin embargo clama «que esa llamada amistad es tan solo una ilusión»  y llama al amigo a querer a su madre y a visitarlo, pero cuando llega, ya está muerto.

Como inicio en el conocimiento de la condición humana no fue un buen comienzo, pero como motorizadora de la curiosidad literaria y mi pasión por las historias de amor y de vida, yo tengo que reconocer que en mi formación, el bolero, tuvo su participación.

Así, que siempre he reconocido que me gusta el bolero.  Que me encantan más que nada esas viejas grabaciones, originales, con esas súper orquestas detrás y ese sonido y esas voces que componen un universo y un tiempo que provocan mi nostalgia y que enternecen mi alma.

Yo soy loca con La Lupe, con Toña La Negra, me encanta Carlos Pizarro, El Bigote que canta, y con todos los muchachos del bolero que sigo a través de los domingos del recuerdo de Sonido suave y de la 107.1 cualquier día.

He comprado todos los discos de bolero que he podido, dizque para regalárselos a mami o a mi hermanita Carminia con quien comparto una pasión muy especial por El Jibarito de Lares y Julio Jaramillo.

No puedo explicar lo que siento cuando escucho Mercedita «que dulce encanto tienen tus recuerdos Mercedita, adorada florecita, amor mío de una vez…» y me estremezco cuando cuenta «así nació nuestro querer, con ilusión, con mucha fe, pero no sé por qué la flor, se marchitó y muriendo fue».

Sé que me fui demasiado lejos en el tiempo y que fue Edilí con sus boleros de mujeres fuertes y valientes la que me trajo hasta el tema y que no he mencionado a Blanca Rosa Gil o Blanca Iris Villafañe, pero el espacio es poco y el tiempo se agota.

A estas boleristas las he conocido, querido y cantado con la conciencia del amor y desamor demasiado desarrollada, son mis favoritas desde la razón de estos años y sus vivencias, los otros, los que cuento asaltaron mis sentidos cuando aún no tenía conciencia y eso hace que los recuerde y los ame desde la inocencia de ese viejo y desconocido dolor.

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