Se me antoja 
Ventura es Ventura y lo demás pendejá

Se me antoja  <BR><STRONG>Ventura es Ventura y lo demás pendejá</STRONG>

POR MARIVELL CONTRERAS
La celebración en este 2006 de los 50 años de la carrera artística de Johnny Ventura y de su ya bien promocionada Sabrosa Despedida, nos debe mover a todos los dominicanos y dominicanas a una reflexión en torno a él.

Al Caballo Mayor, Caballo Ventura, Papá Ventura y todos los nombres y sobrenombres que le hemos puesto para demostrarle su primacía le debemos más de un reconocimiento.

Y es que Johnny Ventura durante todos sus años de carrera artística y sobre todo como merenguero –El Merenguero Mayor– lo único que ha hecho es trabajar para el orgullo de nuestra identidad musical.

Yo lo veo como uno de los grandes grandes de la música del Caribe. Su estatura no es menor que la de Compay Segundo o Celia Cruz –de quien fue amigo y contemporáneo–, que la del Gran Combo en su conjunto o la de Oscar de León e Ismael Miranda.

Si puede existir alguna diferencia –que lo dudo– es que ellos tienen pasaportes que lo acreditan como cubanos, puertorriqueños y venezolano y Johnny Ventura es y ha sido un estandarte de lo dominicano y lamentablemente en nuestro país sigue siendo la extranjería la mejor carta de presentación.

Pero yo no puedo mirar para atrás en la historia de mi vida sin oír de fondo un merengue de Johnny Ventura.

Desde mis primeras memorias me llega una imagen de mí misma frágil e inocente intentando mover el cuerpo y los pies como él y su Combo Show en el inolvidable merengue “baila, baila como el pingüino baila”.

Y no sería la misma, si siendo como soy, de Monte Plata, no me hubiera enterado sin leerlo en ningún periódico que la injusticia se llevó a una valerosa mujer de mi tierra que se llamó “Mamá Tingó”.

El grito de Johnny Ventura hecho compositor y narrador social traspasa el espacio de los siempre recordados 7 Días con el pueblo”.

Y luego llegó El Cuabero de la pluma de Freddy Beras Goico y la voz cronista de su tiempo del que siempre se reconoció merenguero “hasta la tambora”, como Joseíto Mateo y más allá.

Así, cada tiempo es una canción y Johnny siempre la canta y encanta, aún desde esa época a la que le pone la tapa no porque no pueda más sino porque no quiere llegar hasta ahí –hasta la lástima–.

Sin embargo los y las que hemos tenido la oportunidad de disfrutar de uno de los conciertos de la famosa y sabrosa despedida de Johnny, le hemos redescubierto en la plenitud de facultades tanto para cantar como para bailar –si así, moviéndose así– como en aquellos tiempos en que él era el único negro al que le brotaba miel por los poros.

En estos días en que perdió la posibilidad de convertirse en Orgullo Latino, y no solo porque los mexicanos son más, me preguntaba cuándo vamos a despertar los dominicanos y a darnos cuenta que el triunfo o el fracaso de un dominicano es el éxito la derrota de nuestra nacionalidad toda.

Ahora que le tenemos que decir adiós a Johnny es un buen momento para recordar su estatura y lo que ha significado para la dominicanidad que tanto ha defendido. Un buen momento para defendernos defendiéndolo a él –que se lo merece y que se lo ha ganado– por encima de cualquier otra tendencia no nuestra.

Y es que todavía tenemos que aprender de otras nacionalidades a defender con uñas y dientes lo nuestro. A nosotros no hay chapulín que nos defienda, sobre todo porque no nos puede defender de nosotros mismos.

¡Y te dije que ajá!

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