Se me antoja
A veces llegan cartas…

Se me antoja<BR><STRONG>A veces llegan cartas…</STRONG>

POR MARIVELL CONTRERAS
A Jesús Nova
Por Marivell Contreras

A veces llegan cartas es el título de un libro que vi en el chair long (cheilón) de un ciudadano mientras me dirigía con pasos firmes a disfrutar de la belleza y la calidez de la playa de Santa María, a unos 40 minutos de La Habana.

No es que anduviera fisgoneando en las pertenencias ajenas, es que el título me llamó la atención.  Resulta que este nombre de bolero de la autoría e interpretación de Julio Iglesias, lo había sugerido a nuestro amigo y compañero de HOY, Edgar Reyes para publicar un trabajo conjunto –y desde hace un buen tiempo, trunco-, y quería saber, quién y con qué propuesta se nos había adelantado.

Pasaron casi dos horas, la comida y un segundo viaje a la playa para que sacara el valor suficiente para pedirle a su dueño que me lo dejara hojear “quiero ver de qué se trata”, pero el resultado fue verdaderamente sorprendente.

El señor, español, según pude notar en su acento, decidió regalarme el libro.  Quise rehusarme pero me dio un argumento de los que no se rebaten: “ya lo leí y me es más pesado llevármelo en mi equipaje que regalártelo…”

Qué felicidad tan inmensa se dibujó en mi cara, tal vez tanta que el señor se motivó y me entregó también el libro que estaba leyendo en ese momento, la voluminosa biografía de Groucho, el más lúcido e irónico de los famosos humoristas norteamericanos Los Hermanos Marx.

Ya sin otra cosa que murmurar un suave gracias, regresé a la camilla (es que suena como de hospital) en la que dejaba que el sol habanero le devolviera a mi piel ese color canela que siempre ha sido tan mío y que confieso tenía un poco perdido, con mis dos libros en la mano.

Desde que llegué empecé la lectura de A veces llegan cartas, editado por Aguilar.  Ya sabía que se el libro contiene una selección entre las muchas cartas que recibe el programa de radio de M80, La Gramola que dirige Joaquín Guzmán.

Hasta ahí todo estaba bien.  La introducción me hizo presa inmediata de su contenido. El programa de radio La Gramola se hace como se hacía aquí y allá la radio antes.  Complaciendo peticiones de canciones y como aderezo, las razones que llevan a los oyentes a solicitar tal canción y dedicársela a una determinada persona. 

Los capítulos del libro están subtitulados poéticamente y la mayoría, la más, con títulos de canciones que son parte fundamental de esa complicidad que se ha establecido entre Joaquín, como le llaman ellos y ellas, y sus oyentes.

El primero, que está encabezado por la expresión “Desde mi libertad” y fue escrita por un hombre acabado de poner en libertad y que antes de traspasar el umbral que lo devolvería a la calle y a la vida, le daba las gracias a Joaquín Guzmán y al equipo de La Gramola por haberle aligerado la pena de la prisión.

Y así se van sucediendo cartas que dan testimonio de la vida y del dolor detrás de los barrotes, gente que en el extremo de la oscuridad encontraron un rayo de luz en esa voz que introducía canciones, conversaba con los oyentes, escuchaba sus testimonios y leía sus cartas, la de Joaquín Guzmán.

Algunos de los otros capítulos hablan por sí solos de amor, de muerte y de esperanza (Con Dios de nuestra parte, Atrapados en la red, Debajo del puente, Por mucho que pase, Un lluvia violenta y salvaje, La familia unida).

Yo disfruté la lectura de ese libro como si estuviera escuchando un programa de radio musical en el que además de canciones todos ponen el corazón –los que emiten y los que reciben-.

Yo lloré a raudales con los testimonios de toda esta gente que encontró en La Gramola una forma de liberar sus emociones y ponerle a estas música y palabras con un gran sentido de la solidaridad con el ser humano.

Cuando terminé de leerlo… yo también le pedí una canción a La Gramola, esa de Fito Páez que en voz de Mercedes Sosa se eleva como plegaria y se crece como compromiso: “¿Quién dijo que todo está perdido?… Yo vengo a poner mi corazón”.

Publicaciones Relacionadas