SE ME ANTOJA
EL UNIVERSO MAMA

SE ME ANTOJA<BR><STRONG>EL UNIVERSO MAMA</STRONG>

POR MARIVELL CONTRERAS
Hoy celebramos el día de las madres en Dominicana.  Cuando éramos felizmente ignorantes y nuestro mundo terminaba donde nuestros ojos se detenían, pensábamos que todo lo que acontecía se circunscribía a nuestro espacio y tiempo.

Una de las maravillas de entonces era pensar que cuando en nuestro pequeño entorno llovía, el resto del mundo también estaba inmerso en la magia de los goterones que limpiaban nuestras calles y salpicaban de alegría y de una repentina e inenarrable fantasía nuestra vida.

Y es que tengo obligatoriamente que trasladarme a la infancia para intentar entender y defender el universo de mamá.

No de la mía, ni de la tuya, sino de la de todos.  La respiración de ese ser se extiende a la nuestra a través de un lazo invisible que no entendemos y que sin embargo intuimos y disfrutamos.

Si mamá llora, nosotros lloramos.  Sin saber las razones de su repentino llanto, nuestra garganta se crece y se bloquea y nosotros sentimos deseos de llorar.

Y no solo es que lo sentimos, sino que lloramos como si fuera la cosa más natural del mundo.  Mamá llora y yo la acompaño con una solidaridad innata que no requiere –ni soporta- ninguna explicación.

Cuando mamá ríe, sale el sol. Nosotros reímos.  Sentimos correr dentro de nuestro pequeño pecho una corriente de energía que nos hace vibrar, reír y casi volar.  A veces, hasta nos excedemos en el desborde de la alegría y entonces es ella quien nos trae a la realidad: ya mi hija, ya mi hijo… estate tranquilo (a) y todo vuelve a la normalidad.

No hay manera de que las emociones de las madres sean un secreto para los niños.  Preguntan qué pasa y aunque les digamos que no pasa nada y que todo «está bien», ellos saben que ese todo –palabra abarcadora y cruel en este caso- está mal.

Y es que los seres más clarividentes que existen son los niños.  Son psicólogos naturales y si le damos oportunidad, los mejores terapistas.

Me imagino en este momento a un niño que le pregunta a su mamá ¿tú estás triste?  Y si ella es capaz de ser sincera y le dice que sí.  El le dirá: por qué?  Y ella le responderá porque tu papá tiene otra –dijimos que era honesta, aunque muchos piensen que es terrible- y el niño inocente y seguro de que con eso basta alegará: pero yo solo te tengo a ti.

El niño se lanzará en los brazos de la madre y le declarará su amor eterno.  La madre se abrazará a su hijo y se dará cuenta de que es una mujer realmente dichosa con tener a alguien que la ame así.

Si las madres llegáramos a saber lo tanto que nuestros cambios de humor afectan a nuestros hijos quizás podríamos intuir el dolor que le podemos causar por no manejar bien cualquier situación en casa o fuera de ella que nos afecte.

Los grandes ya sabemos que el mundo no se agota en un hecho o una circunstancia.  Que no nos vamos a morir de desamor y que son muchas cosas las que se pueden esperar de los demás.

Los niños raras veces piensan más allá de su casa, su familia y sus amiguitos.  Ellos componen su mundo, pero por encima de todo.  Su mundo es mamá.

Entonces, el tiempo pasa y sucede que nos vamos poniendo viejos –como dice Milanés- y que nuestro mundo se va ensanchando cada vez más y a veces nos vamos olvidando del sacrificio y el amor de esa maravillosa mamá que acurrucó nuestra infancia.

Desde nuestra adultez, cerramos los ojos para no ver ni importarnos sus emociones y cerramos nuestro corazón a la hora de –con una palabra, con una actitud displicente- de herir ese hermoso y único universo que constituye en sí misma, mamá.

www.marivellcontreras.com

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