Se me antoja
La tiranía  de la educación

<STRONG>Se me antoja</STRONG><BR>La tiranía  de la educación

POR MARIVELL CONTRERAS
Cuando yo vine de Monte Plata a la universidad, lo primero que nos dijo el primer profesor de redacción que tuvimos -que para mi suerte y mejor formación fue Huchi Lora-, era que sí queríamos ser periodistas y escribir, teníamos obligatoriamente que leer los periódicos.

Y, no uno.  Sino todos. Leerlos y analizarlos críticamente a unos y a otros, para poder tener base a la hora de investigar, redactar y finalmente publicar una nota sobre cualquier hecho.

Esta reflexión –que no es una clase de periodismo dominical-, viene a cuento, por un sueño que tuve.

Un sueño que me despertó a las 4 y 44 de la mañana con una reflexión y una necesidad de compartirla con ustedes.

Soñé con una persona encerrada en un cuarto que está siendo sometido a una clase intensiva de cultura general y musical.

Era alguien que tenía un fin, el deber de ejercer un oficio y la obligación de aprender sobre eso antes de emprender su tarea.

Como algunos sueños, no me fue servido en bandeja de plata.  Recuerdo una casa ocupada en la que se escribía, se pintaba y se cambiaba de lugar para aprender y practicar varios renglones del arte.

Era algo prohibido.  Era una necesidad de alguien de enseñar y una aceptación de otro de aprender. 

Aunque al principio pensé que el protagonista de mis sueños llevaba gusto en la tarea de recibir el privilegio de la enseñanza, una declaración final, que fue la que me despertó, me demostró que no era así.

“Y ahora –al parecer ya estaba listo-, le falta escuchar a Caetano Veloso, a… y a…, hay que llamar a Alexis Méndez para que le ponga esa música”, dijo una voz de mujer.

En ese momento, ya el beneficiario estaba amarrado en el piso, boca abajo. Me di cuenta de que estaba sometido a una involuntaria tarea.

Pensé entonces, en los muchachos que hacen nuestra música, sobre todos los empíricos.  Los que apenas saben tocar de oídas una guitarra –para hacer bachatas- y los que sienten la percusión en su pecho y la sacan a ritmo de merengues de calle.

Qué habré oído en la radio ese día, para que mi noche estuviera matizada por esa pesadilla.  No tengo que establecerlo, solo pasar el dial.

Si nuestros creadores musicales no conocen su música y la música que se hace en el mundo nunca van a poder aportar verdaderas obras musicales como legados de las que ellos y nosotros puedamos sentirnos orgullosos.

Si a alguien le gusta la bachata y la única música que oye y conoce es bachata, ¿tendrá algo que aportar que no sea la repetición y la búsqueda incesante del mismo sonido con palabras volteadas que parecen seguir el camino de sus antecesores?

Pero si a Sutanejo que quiere ser artista y creador del merengue de calle y llena su discoteca de discos de esos que suenan aquí y allá, ¿hará algo más allá de lo que han hecho los otros?

No. Definitivamente no. 

Por eso me levanté a la hora de Andrés, el Loco (a las 4 y 44) a dejar sentado aquí –sin ánimos de herir susceptibilidades- que nuestra sociedad requiere una larga y profunda reflexión sobre la formación de sus ciudadanos.

Siempre he oído, sobre todo de la voz de mami, que lo que más extraña de los tiempos malos (los 30 años aquellos) es la educación que se le servía “obligatoriamente” a todos y a todas.

Cuando pienso entonces en la democracia de la formación “tú aprendes si quieres y si puedes”, me quiero ir a acostar otra vez, con la esperanza de que cuando salga el sol, estemos sometidos a una única tiranía, la tiranía de la educación.

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