SE ME ANTOJA
Un chivo para una fiesta

SE ME ANTOJA<BR><STRONG>Un chivo para una fiesta</STRONG>

POR MARIVELL CONTRERAS
Cuando recibí la invitación para ir a la premier preparada para la prensa de la película peruana con argumento dominicano La fiesta del Chivo, no podía imaginar que iba a vivir una experiencia tan memorable. Claro que podía presumir a lo que argumentalmente me iba a enfrentar pues leí La Fiesta del Chivo cuando salió como libro, esta obra, una de las majestuosas entre muchas grandes, de don Mario Vargas Llosa.

Así que sabía que era la historia de la dictadura, una novela, una ficción basada sobre hechos reales, una recreación en la que se mezclan hechos con la imaginación del autor, de lo que pasó o no pasó después, cuando la cortina se cierra y no hay otro testimonio -que minuto a minuto, como un reality show de 24 horas- nos entregue la verdad más verdad –sin interpretaciones ni conjeturas- de los hechos.

Sabía que iba a ver a ese ícono del cine independiente en que se ha convertido Isabela Rosellini en el papel de Urania Cabral y a Tomás Millian en el papel de Trujillo y podía suponer muchas otras apariciones de actores y artistas dominicanos que se sumaron al proyecto de los Llosa con entrega y alegría infinitas.

Pero finalmente lo que pasó, mientras estaba en esos mullidos y cómodos sillones de los cines de Malecón Cinemas, es que me rendí ante una historia mil veces contada y sin embargo nueva.

No es un libro llevado al cine.  No es un documental, sino una película tan película que aunque tenga un trasfondo real se posiciona en el ojo del público como algo tan cierto y tan increíble y tan envolvente como solo el buen cine puede hacerlo.

Es una historia de sensaciones, emociones, impotencia y asco.  Es una historia de valentía y es una película para la esperanza.  Descarnada como lo más cruel de la tiranía, es un reto para las nuevas generaciones que no tienen –supuestamente- motivos para rebelarse.

También es eso que contó Vargas Llosa, una historia de cómo las dictaduras afectan la cotidianidad de la gente, cómo agreden y mutilan las acciones más simples y comunes.

Creo que también es eso que dijo la Rosellini: una historia de mujeres.  Viéndola con el alma seca y las lágrimas duras, pero contando con silencios, actitudes y pocas palabras el drama de vida, entendí otras muchas cosas.

Me fui para mi pueblo, por qué tengo que irme siempre allí, y encontré el paralelo de su soledad, de su dolor y de su apatía amorosa y sexual, en otra piel blanca y arrugada, que a pesar de su notoria belleza nunca se casó, ni tuvo hombres, ni hijos.

Desde mi primera infancia supe que a ella la invitó «El Jefe» a una fiesta, a la que fue ilusionada, como Urania, con su mejor vestido, como Urania, y de la que llegó callada, defraudada y con una parte de ella, como Urania, muerta.

Eso es lo bueno que tiene la película La Fiesta del Chivo, que aquellos que no leerán nunca el libro, que aquellos a los que dicen importarle poco la historia y que no creen más que en la cultura de la comedia y las rosetas de maíz con soda, le será servido en su lenguaje lo que debe saber, aunque no supiera nada antes y no recuerden nada después.

La semilla está sembrada y me siento muy feliz y muy orgullosa de que esa parte de la historia dominicana sea contada como una película de las de a verdad, verdad…

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