Se prohíbe reír

Se prohíbe reír

R. A. FONT BERNARD
El amigo, remanente de la ya lejana mosedad, con quien compartimos saudades y remembranzas, me observó recientemente, que los dominicanos de la etapa de la “modernidad”, no solemos reír a carcajadas, como era lo habitual antaño, en nuestro país.

A lo que agregó críticamente, que en la actualidad, se reduce cada día más, el espacio para reír. Y es que como se comprueba cotidianamente, hacen falta templanza y coraje, para asomarse cada mañana, al concierto de noticias negativas, reportadas por los medios de comunicación, electrónicos y escritos.

Las precariedades de los servicios públicos, la aparentemente incontrolable inseguridad ciudadana, la demagogia política que esparce un mensaje perturbado, y hasta el deamparo en que nos va dejando la esperanza, influyen negativamente, contra el escape fisiológico que significa la risa. Apenas se “sotosonríe”, con la lectura de las ingeniosas caricaturas, que denuncian subjetivamente, las precariedades de nuestro diario vivir.

A propósito de esas observaciones, recuerdo las lecturas juveniles, en las que el ya olvidado José María Eca de Qeiroz, se refirió en una de sus deliciosas “Cartas de Portugal”, a “la decadencia de la risa”. En ella se refería, a la etapa universal, en la que según escribió, “la tierra presentaba entonces la lozanía, el tierno brillo, el rumor germinador de una Primavera y de una Resurrección”. O sea, la tierra recién nacida, en la que la vida entera, hasta la muerte, era una fiesta, recreada para la eternidad, por los pintores primitivos.

Rabelais en su regocijante “Gargantúa y Pantagruel”, se burló de las severas costumbres de la Alta Edad Media, en la que “el hombre bostezó afectado por el aburrimiento, al punto de que, en las Iglesias, se hacían oraciones contra el aburrimiento”.

Con las páginas de “Gargantúa y Pantagruel”, Rabelais se anticipó al Quijote, con la libre exposición de desenfados que interrelacionan relatos indecentes, y exageraciones rayanas en lo inconcebible. Fue con Rabelais, que las madrosas gentes de la Edad Media, comenzaron a reír.

“Reid, reid, porque la risa es peculiar al hombre”, exhortaba Pantagruel.

Esa risa, no solo era un alivio para soliviantar el ánimo, porque en la intención pantagruelica, “el pueblo debía reír para vengarse de los que le oprimían.

En esa exhortación participó la Iglesia de la época, expresándose a través de los artistas, que dejaron para la historia del humor, en los coros de varias Catedrales.

En la Edad Media, la Iglesia no dejaba sin vigilancia, las esclusas de la risa. Y ésta se demostraba, escondida y disimulada, en los rincones de los edificios sagrados.

Quienes han tenido el privilegio de viajar por los países europeos, particularmente por Francia, han tenido la oportunidad de ver, -discretamente dirigidos por los guías del turismo-, imágenes escandalosas, en las que figuran satanizados, los engaños y la hipocresías de los monjes glotones, libininosos y avariciosos. Las talas, en madera o yeso, que aún perduran, salvadas de la pacatería de la religión católica, muestras alegorias tales, como la del diablo burlado por una mujer, las relaciones sexuales antinatura, el monje burlado por una mujer, los abades aficionados al vino, y la monja impúdica, que se refocila con un sacristán.

“La risa – sentenció Eca de Queiros -, es una filosofía. Muchas veces es una salvación. Y en lo relativo a la política, ocasionalmente la risa es una opinión”. Provocan forzadamente la sonrisa, los inefables Diógenes y Boquechivo.

Aceptando como válida la opinión del autor de “El Primo Basilio” y “La Ilustre Casa de Ramírez”, los protagonistas de los caricaturas premencionadas, provocan forzadamente la risa del pueblo llano, cuando identifica a los políticos criollos, con alguien, pintado en los libros sagrados, con pezuñas, cuernos, y una sonrisa malvada. Y si no es la risa a carcajadas de antaño, es porque los prohíben las angustias de un diario vivir, en el que, como lo versificó el poeta Rubén Darío, “no sabemos hacia donde vamos”.

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