Se puede

Se puede

Recorre todos los caminos. Visita las distintas comunidades. Conoce los problemas. Habla y se entiende con la gente. Tiene palabras que retratan situaciones que le preocupan y sabe que las podemos resolver.
Incansable, mañana, tarde, noche, lo sorprenden contribuyendo a la búsqueda del bien común. Sabe que el primer instrumento del desarrollo humano es la voluntad de ser, la voluntad de hacer, que la construcción del progreso es fruto del trabajo incesante, con la vista puesta en objetivos, sin que importen lo difícil es que se puedan ver.
Sabe lo que quiere y pregona la solución de los problemas. Encabezará la tarea de que halemos la carreta en la misma dirección, para que sea posible que “los sueños se logran trabajando”
Conoce no solo las necesidades, tiene identificados los problemas, ha contribuido y contribuye a la construcción de una sociedad inclusiva, donde haya igualdad de oportunidades.
Conoce la gente. Tiene amigos en todos los lugares. Tiene polvo de todos los caminos y ha dejado su huella en toda la geografía nacional.
Aboga, reclama, ayuda, lucha, porque los dominicanos miremos hacia adentro, hacia la explotación del extraordinario potencial que representa la suma de la gente, la técnica, los recursos financieros y el trabajo.
Conoce la historia del hombre que recién retirado de su empleo, sólo disponía de 50 centavos y decidió que ese fuera el capital de la empresa que inició ese mismo día.
Compró los 50 centavos de caña de corteza oscura, la peló, la cortó en pequeños trozos y la expuso a los ojos de quienes pasaban a su lado y preguntaban el precio de cada pedazo.
Al cabo de un rato había vendido toda su existencia con una ganancia del 20 por ciento y volvió al puesto donde vendían la caña en procura, ahora, de 60 centavos.
Vendidos en poco tiempo los 60 centavos le produjeron, de nuevo, una ganancia del 20 por ciento. Ahora tenía 72 centavos para continuar su negocio.
Se puso a trabajar, no se lamentaba, compraba caña, la pelaba, la vendía y siempre tenía una sonrisa a flor de labios.
A poco el hombre puso un colmadito y al cabo del tiempo se convirtió en almacenista de provisiones. No se había producido ningún milagro. Era el poder del trabajo, el sacrificio, de la voluntad de progreso.
El hombre se llamaba Justiniano Luperón, padre del declamador y artista Frank Adolfo.
El caso de Justiniano no es único ni excepcional, pero si aleccionador. No se comió la ganancia. No la jugó a la pata de un gallo. No se tomó un trago. Construyó futuro para su familia.
Hipólito Mejía hace lo mismo: construir futuro, enseñar que el bienestar del país reclama el concurso de todos. Por eso trabaja para encabezar el esfuerzo nacional para el desarrollo.

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