¿Se puede ser feminista… y creyente?

¿Se puede ser feminista… y creyente?

Ser creyente y feminista era praxis con- vergente en el feminismo de la igualdad

Ante la abreviación de la celebración de las misas dominicales ordenada en 1923, durante la Ocupación Militar de EE.UU., en la República Dominicana, se encuentran evidencias de subversión y defensa para que permanecieran abiertos los «espacios de fe», realizadas de manera reiterada por aquellas mujeres a las que se les negaba el derecho de alcanzar la ciudadanía.

«¡La religión católica, noble institución, legado sublime del hombre más grande, más noble, más humilde y santo que ha podido existir! (…) Nuestras almas son ánforas de fuego divino, y nuestros corazones hoguera donde no se extinguirá jamás la santa llama de la religión católica.

Y no tenemos que blandir la espada para defenderla, porque tenemos por abogado la Santa Madre de Cristo Jesús», relata la periodista y ama de casa Consuelo Montalvo de Frías, una de las tantas «sufragistas de vanguardia» que se unió al clero católico para abogar para que los templos no fueran cerrados.

Aquellas mujeres, unidas a causa de derechos civiles y políticos, propósito este que asustaba a los hombres dominicanos incrédulos (se pueden recoger temores tan infundados como que, si «ellas» podían votar descuidarían a los hijos y sus labores domésticas; o desplazarían a los caballeros en las plazas de trabajo públicas), fueron descritas por Petronila Angélica Gómez Brea como «espirituales y creyentes»; la maestra normal, además, aseguró que todas sus contemporáneas comulgaban con ímpetu el pensamiento místico de Santa Teresa de Jesús, a quien leían con fervor cristiano.

En sus memorias, de 1955, Gómez Brea reitera que la mujer dominicana: «sabe rezar (…) y es religiosa (…)», atribuyendo a esta fe la fortaleza y paciencia que le ayudó a emanciparse. De hecho, en sus aportes editoriales -durante 17 años- ofrece su praxis feminista a la Iglesia y, junto a los sacerdotes de la época, desarrolla varios especiales en época de Semana Santa.

Y es que ser creyente y feminista era una praxis convergente en el feminismo de la igualdad que se articuló en redes intercontinentales para alcanzar el derecho al sufragio.

La secretaria general de la Liga Internacional de Mujeres Ibéricas e Hispanoamericanas, la socióloga mexicana Elena Arizmendi, reafirma que el movimiento feminista de América Latina era cristiano, hace exactamente un siglo.

Además, ante las discusiones referentes al divisionismo entre feminismo y religión, que con afán cultivaban quienes querían retardar la AGENCIA sufragista, la también enfermera expresa públicamente la existencia de un «ser sobrenatural», «hacedor de todo lo creado».

Y, por igual, desencadena el sujeto mujer de la incredularidad: «Nos comunican que en México ya hay mujeres que niegan la existencia de Dios: Seguramente nacieron ciegas o las han vuelto, las han vuelto quienes desean retardar nuestra obra».

En 1927, Carmen de Burgos, en su emblemático ensayo «La mujer moderna y sus derechos» (una radiografía que profundiza en temas como el divorcio, el aborto, la remuneración salarial, la crianza de los hijos e hijas), describe la existencia del feminismo cristiano, pues pese a las «ideas antagónicas del cristianismo de someter siempre la mujer al hombre, la Iglesia se ha percatado y busca la influencia de la mujer».

Ciertamente, en el avance de derechos acrecientan las rupturas. Pero, es preciso relatar la «Historia de Ellas» y su postura ante la fe y el reconocimiento de la divinidad, pese a que fueron consideradas inferiores o incapaces de decidir de forma correcta cuando acudieran a las urnas.

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