¿Se puede ver la Torre de
Eiffel desde la luna?

¿Se puede ver la Torre de<BR>Eiffel desde la luna?

RAFAEL ACEVEDO
A muchas personas les convendría ver lo pequeños que son, vistos desde el monumento de acero símbolo de París. A otros, que aspiran a llegar a ser ricos o famosos, o a tener edificios o calles con sus nombres, les haría bien darse cuenta que desde la luna ni siquiera se ven las torres y pirámides.

Por ello, no son grande cosa los honores, ni los trofeos, ni siquiera los testimonios, y menos aún el orgullo. Aunque este último, apenas una ficción de nuestra mente, nos haga creer que somos el mero centro del universo.

No critico que un ciudadano tenga aspiración de dejar a la posteridad su testimonio, y a sus descendientes su patrimonio. Pero quiero recordarme yo mismo y al que me quiera hacer caso, que desde la posteridad, desde el futuro no lejano, de esas cosas quedará poca memoria. Por lo cual no creo en la existencia de un Tribunal de la Historia, y menos en un Parnaso de Inmortales, ni siquiera en la inmortalidad figurada del Pabellón de la Fama.

Poco, pues, ha de interesarme cómo me veo yo desde otras galaxias: Pero por paradójico que parezca, sí me interesa cómo me están viendo desde el Cielo y desde la Eternidad. Y por ello cuido mi patrimonio, para que yo como mis descendientes tengamos la posibilidad de mantener el testimonio, que es lo que realmente importa.

Porque cada persona debe tener suficiente patrimonio para cuidar su testimonio; o como decían los abuelos, tener “los cuartos de la vergüenza”, que – como dije – no es lo mismo que abundancia para cebar el orgullo.

Por su parte, al testimonio hay que cuidarlo con celo, pero sin exceso. Pero cuidado: el testimonio, si es de usted mismo, puede ser orgullo. El testimonio que vale es el de que “Dios existe, es justo y nos ama mucho”.

Como de amor se trata, sólo con Satanás pelearía por mi testimonio; mas no con el prójimo, aunque éste insista en destruirme.

La lucha, decía San Pablo, es contra huestes espirituales, no contra personas. En definitiva, si doy testimonio de Dios, dicho testimonio es suyo, no mío. Es por Él y para Él. Y Él me tiene dicho que mantenga mi paz, que la batalla y la venganza son cosas suyas… En sus manos, pues, pongo mi patrimonio, mi defensa y mi testimonio.

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