R. A. FONT BERNARD
En el tercer tercio del siglo 19, Emilio Prud´Homme, concibió unos viriles versos, en los que dejó consignado, que «ningún pueblo ser libre merece, si es esclavo indolente y servil». Esos versos, luego adoptados como la letra de nuestro Himno Nacional, se corresponden con las pláticas del señor Hostos, con la juventud que entonces surgía a la sombra de su magisterio, en la Escuela Normal. El poeta Prud´Homme, fue uno de los epígonos de esa juventud.
Entonces los dominicanos éramos muy pobres en bienes materiales. Tan pobres, que para mantener las alumnas internas en su Colegio de Señoritas, la poetisa Salomé Ureña debió solicitarle al Ayuntamiento de la ciudad, una asignación de cinco pesos mensuales, para favorecer la permanencia en él, de las que luego serían las primeras maestras normales, Luisa Ozema Pellerano, Leonor Feltz, Anacaona Moscoso, Mercedes Laura Aguilar, entre otras. Todas poseedoras de un excepcional protagonismo en la historia de la educación nacional.
Un censo de la época revelaba las limitaciones urbanísticas de la ciudad capital de la República. Si llovía, las calles se convertían en lodazales, y en el verano, el polvo amenazaba la salud de sus habitantes. La entonces llamada poéticamente «Atenas del Nuevo Mundo», era un pueblo grande, que carecía de todo lo que ahora tiene, pero que poseía lo que en la actualidad le falta, el liderazgo civil calificado por el doctor Joaquín Balaguer «como espectáculo». «En ellos escribió el autor de «El Cristo de la Libertad», se encontraban reunidos, como en un certamen de honradez, todos los atributos dignificantes de la dignidad humana».
En ese entorno urbanístico, aún limitado por las murallas coloniales, transitaban por las calles, ora polvorientas u ora lodazales, ciudadanos que eran ejemplos de inspiración y de conducta. Aquí, la figura romana de monseñor Meriño, allá el poeta José Joaquín Pérez, y acullá, el Padre Billini, en militante demanda de ayuda económica para los enfermos y los desvalidos.
En esa vetusta ciudad no se disponía de los servicios del agua potable y la luz eléctrica, pero desde su cátedra de la Escuela Normal, don Eugenio María de Hostos sentenciaba que «civilizarse no es más que elevarse en la escala de la racionalidad humana».
Pedro y Max Henríquez Ureña, América Lugo, Santiago Guzmán Espaillat, Luis Conrado Del Castillo y otros ciudadanos, par con ellos en jerarquía moral e intelectual, no vinieron al mundo auxiliados como ahora, por pediatras, en clínicas representativas de la eficiencia profesional; se nutrieron en la niñez con una leche de vaca no pasteurizada, y en la edad adulta nunca disfrutaron de la vida muelle, que en la actualidad es consigna de cualquier funcionario oficial de tercera clase. Todos vivieron en la más absoluta insolvencia económica. Era la pobreza digna de los dominicanos del pasado.
Es un tema propio para los sociólogos, pero tal vez tengamos que atribuir la frivolidad, la obsequiosidad perruna, la vocación a la adulonería y a la corrupción predominantes en la sociedad dominicana del presente, a los ocho años de ocupación extranjera, que discurren entre el 1916 y 1924, y con posterioridad al huracán Trujillo.
Hay constancia de cómo el Congreso Nacional se prostituyó en 1927, para validar la prolongación del período presidencial del general Horacio Vásquez («En este país está prohibido joderse», dijo en la ocasión, uno de los más enfervorizados prohijadores de la modificación constitucional»). Y más recientemente recordamos, al orador, «buen esposo, buen padre familia, notable intelectual», que en una manifestación ciudadana de la época de la dictadura, se opuso que el nombre de Trujillo fuese asignado sólo a la ciudad de Santo Domingo, porque conforme expresó, exultante en su fé trujillista, «con ese nombre debía ser nominada toda la nación». En la actualidad, no obstante el disfrute de la «democracia boba», de la que nos ufanamos, vivimos en un período histórico, signado por una ignorancia generalizada, en la que los corruptos y los audaces llevan los estandartes. Una sociedad que aún calza alpargatas, en lo atinente a la moral.
Es de recordar, como dato ilustrativo, la reunión de notables celebrada el año 1994 en el Palacio Nacional, con el declarado propósito de «salvar la democracia y evitar un baño de sangre». Como se sabe, en esa convocatoria, se adoptó la reducción en dos años del período presidencial acreditado al Doctor Balaguer, y «el principio de la no reelección». Lo que se intenta olvidar es, porque lo requiere una falsa pudibundez nacionalista, que los resultados de esa reunión, fueron impuestos por las presiones foráneas, que inclusive amenazaron con la adopción de drásticas sanciones, a nivel internacional.
Por lo que parece, la crisis del 1994 aún no ha remitido, lo que justificaría que como ocurrió el año 1930, haya quienes se estén abocando a prohijar una nueva versión del «hombre nuevo». Este, ya se ha identificado, en la persona del ex Mayor General Manuel de Jesús Candelier Tejada, conforme a las declaraciones emitidas por él, en la entrevista concedida al periodista Fernando Quiroz, publicada en espacio preferente, en la edición del periódico HOY, del 17 de junio retropróximo.
Se tiene como antecedente histórico, la entrevista concedida por Trujillo, al periodista Manuel Hungría Lovelace, en el año 1928, publicada con título de seis columnas en el periódico Listín Diario. En ésta, en entrevistador auguró, la inminente llegada de «un hombre nuevo». El que dos años después, se apoderó del poder, bajo la consigna conciliadora de que «no había peligro en seguirle». El precedente, de quien en la actualidad ha declarado en su entrevista, que «al ciudadano hay que darle seguridad, porque donde no hay seguridad no hay desarrollo», Más claro ni el agua, como solía decir el Doctor Balaguer.
Hasta donde se sabe, al ex jefe policial, mayor general (r) Pedro de Jesús Candelier, no se le reconoce que disponga de una base política de sustentación para sus ya manifestadas aspiraciones presidenciales. Pero la está buscando en sus «consultas con los sectores nacionales», calificables como económicamente influyentes, a juzgar por el despliegue periodístico concedido a su entrevista.
Es una inusual coincidencia, Trujillo había declarado en el año 1930, que «para echar las bases del edificio del futuro», contaba con la cooperación de la mayoría de las clases sociales de su tiempo. Y no es de dudar, que entre los eventuales patrocinadores del futuro «hombre nuevo» figure el intelectual, que le haya facilitado, la lectura de la obra de Víctor Medina Bidet, titulada «Los Responsables», para muchos, el más confiable testimonio de los acontecimientos, que en el año 1930, le dieron una vuelta de hoja a la historia contemporánea de nuestro país.
Leyendo la letra menuda de la entrevista objeto del presente comentario, nada extraño ha de ser, que en una confirmación del «fatalismo histórico», sentenciado por el prócer de las letras nacionales don Félix María Del Monte, hayan nostálgicos de la «Era Gloriosa», que se regocijen, confiados en la virtualidad de la popular tonada argentina, conforme a la cual «la historia vuelve a repetirse».
Como lo confirma nuestra historia, contrario a los animales, los dominicanos en más de una ocasión, hemos tropezado con la misma piedra.