Secretos del sol

Secretos del sol

SERGIO SARITA VALDEZ
En las reuniones sociales que con frecuencia celebran los discípulos de Galeno es usual escucharles entablar conversaciones que tienen un común denominador: relatar las vivencias de “un casito”. Lo que sí no es de esperarse de los herederos de Hipócrates, salvo ciertas excepciones, por supuesto, es que agoten ese tiempo de solaz y esparcimiento hablando de inquietudes intelectuales alejadas del ámbito de sus respectivas especialidades. La doctora Ofelia Berrido, gineco-obstetra a quien tuve el honor de conocer y tratar de cerca en la Maternidad Nuestra Señora de La Altagracia, es una de esas agradables excepciones.

De ahí que no me asombre el que haya dado a luz una tierna creación literaria a quien puso como nombre El Sol Secreto. Ofelia tiene el privilegio o quizás el inconveniente de que se le hace imposible pasar desapercibida por más discreta y silenciosamente que trate de ocultar su presencia en un lugar determinado. La sutileza, dulzura, sencillez y gracia femenina de su carácter traicionan sus fallidos intentos escapistas.

Un golpe de azar y de suerte permitió que me adueñara de un ejemplar de su reciente novela. Al tiempo que extendía las manos para recibir una copia de su apreciada hija, mis ojos se abrían al unísono con la consabida dilatación pupilar que lo deseado provoca al contemplar la suave y hermosa portada. A la hora de recibirla empecé a devorar con fruición el atractivo contenido de sus páginas. El personaje central de la obra es Lucía de la Cruz de Jesús. En un discurrir filosófico, psicológico, artístico, social, y altamente humanista, la escritora nos conduce a través de las reflexivas intimidades de una niña que vertiginosamente se hace mujer para morir prematuramente y cuyo misterioso nudo existencial viene a ser posteriormente desenredado por Roberto, su amado compañero.

La autora nos dice que la vida de Lucía se llenaba con lectura, música y pintura. En uno de sus capítulos que titula Día de angustia la protagonista comenta: “Acabo de enterarme de la invasión al Medio Oriente, la noticia me ha dejado trastornada. ¿Por qué este deseo de dominio? ¿Por qué esta falta de valores? Falta de respeto a la libertad individual y a la de las naciones. ¿Por qué tanta incomprensión? ¿Por qué esta necesidad del hombre de adueñarse de todo, de quererlo todo?” Un intento analítico de la personalidad observando la mirada del individuo se pone de manifiesto en el siguiente pasaje:” ¿Has visto los ojos de un recién nacido? Tienen una mirada tan profunda, tan centrada, que parecería que vienen de un lugar lejano, mágico, pleno de sabiduría, que vienen llenos de experiencias que contar, que transmitir, pero no, aún no hay forma de comunicarnos.

Debemos esperar que crezcan, pero parecería que al crecer la mirada cambia, deja atrás la profundidad, la intensidad que luego parece recuperar al final de la vida, cuando la experiencia se hace parte del ser”.

La narrativa asume ribetes metafóricos emocionantes al escribir: “Cuando asumí que todos somos depositarios de múltiples roles en la vida, fue para mí un momento de revelación. Mis acciones y reacciones representan a mi persona inmersa en un tiempo y circunstancias específicas, que me tocan, me mueven y conmueven, que me lanzan a una acción determinada, única, fruto del contexto en que me tocó vivirlas. No siento que yo sea mis acciones, yo las ejecuto, pero no son “yo”, yo soy más que eso, soy la que con el paso del tiempo aprende y cambia. Me siento parte del eterno cambio, no estática ni encasillada sino en un eterno fluir. Al entender los roles, supe de inmediato que en mí coexistían múltiples personajes. Personajes que van como las notas de la escala musical de un extremo a otro, intercalándose una y otra vez, como si fueran ajenos unos de otros, pero formando el todo. Nosotros, hombres y mujeres inmersos en el tiempo, comunicándonos con palabras, sonidos que le dan sentido a nuestro existir. Palabras dispersas en el tiempo, aplicadas, organizadas según el rol del momento. Sonido y tiempo: la música de la vida”.

En el capítulo Días de esperanza, nuestra heroína expone: “Quizás la vida sería más fácil si entendiera con claridad qué es lo verdadero y qué es la felicidad. Tratando de analizar, basándome en mis escasos conocimientos y caóticas experiencias, creo que lo verdadero es aquello que el corazón acepta con tranquilidad, aquello que cada fibra de mi ser reconoce, recibe, hace suyo sin culpa, sin remordimientos. Lo verdadero da sensación de paz y de alegría propias de la felicidad. Creo que debemos concentrarnos en el aquí y el ahora, bien y profundamente vividos, con amor, con compasión, en armonía, sin ataduras; vivir en el pasado es vivir esclavo de lo que ya pasó, de lo que ya no existe; vivir en el futuro es perderse en lo que no es, en lo que no ha llegado, en un tiempo y espacio inexistente y que no sabemos si llegaremos a vivir”.

Obligado por falta de espacio, me veo compelido a cerrar el comentario de esta fascinante producción de la doctora Berrido con este bello anhelo del capítulo Días de cuestionamiento de necesidades: “ Quisiera que los niños de esta tierra lleguen a ser adultos felices y que busquen el conocimiento íntimo de sí; que sepan que no son entes separados sino parte de un todo y que el camino es difícil e intrincado y en ocasiones extremadamente tedioso, pero también extremadamente revelador; la búsqueda de la verdad, el encuentro y el dominio de la personalidad, de esa naturaleza inferior que nos limita. Quiero que busquen y deseo que sostenidamente encuentren un camino de paz y que sus mentes fluyan hacia estados de tranquilidad y sosiego, con bases sólidas e irreversibles”.

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