Secuelas de tragedia alcanzan a todo Jimaní

Secuelas de tragedia alcanzan a todo Jimaní

JIMANI, Independencia. La tristeza, como una señal indeleble, está marcada en sus rostros. El dolor, producto de la tragedia del domingo pasado, ha arropado a todos los habitantes de este municipio.

Aunque algunos perdieron más que otros, nadie está exento de lo que sucede: 5,000 de los casi 9,000 habitantes del pueblo se han visto afectados directamente por la riada. La mayoría de ellos, además de quedarse sin nada, vieron morir al menos a tres o cuatro de sus familiares.

Doña Filomena Dotel, de 60 años, perdió a su marido y sus cuatro hijos. Sus únicas palabras, a causa del shock, eran «se murió, se fue». Después argumentó que todo está mal, que le duelen la cabeza y las piernas. Al parecer, porque no era posible escuchar bien los susurros que pronunciaba una y otra vez, dijo que también tenía cuatro nietos. Acongojada, sin comer nada desde el lunes pasado, la señora afirmó que tampoco sobrevivieron.

Como Dotel, que se encuentra refugiada en la Escuela Jimaní Viejo, Jesner Merisier tiene seis familiares menos. El sobrevivió, después de ser sacudido por las aguas, porque se quedó enganchado en un árbol, donde estuvo colgado desde las tres de la madrugada hasta las siete de la mañana del lunes.

«Cuando el río bajó yo me apeé de la mata y me agarré de la soga con la que estaban sacando a la gente. Yo estoy casado, mi esposa y mis hijos viven en Haití. Soy un médico de los dientes y necesito que me ayuden para poder trabajar», explicó en francés mientras un compañero traducía sus palabras.

Dieuloude Joseph, de 35 años, también vino desde Haití en busca de una vida mejor. Se había casado, con un dominicano, y en Haití sólo le quedaba una tía que vino a ayudarla con su hija recién nacida. Ambos, junto a uno de sus tres hijos y dos familiares más, han muerto. Su testimonio, aunque difícil de entender, es sobrecogedor: ella cuenta cómo, después de dejarla a salvo con los dos niños más pequeños, de un mes y tres años, su marido desapareció en las aguas.

«Después de agua, mucho brisa, mucho brisa, tiené agua. Mi esposo mío hablá, Dieuloude, Dieuloude, levantá. Este muchacho (es una niña) tiene un mes, el otro que viení conmí tené tres. La casa mí tené ocho (había ocho personas en su casa). Después de vení por mí pa’ traeme aquí, marí mí se fue a buscá a tía mí y yo no lo ví má. Se murió con tré má. Yo perdí cuatro».

Esos cuatro, indicó con dificultad, son un hijo de diez años, un primo hermano, el suegro y la tía que la crió. Con el marido, a quien no contó al principio, serían cinco los familiares que fallecieron. Lo peor: se quedó sin nadie y no sabe qué hacer. «Yo no tené la casa, yo no tené la lopa, yo no tené a dónde viví… yo tené mucho ploblema. Este muchacho mí hablá: mami, dónde tá mi pai, dónde tá mi pai. Yo hablá él se murió», indicó rompiendo a llorar.

Sollozando, Joseph contó que no puede comer. Ha recibido alimentos pero no le apetece ingerirlos: se ha quedado sin familia y no tiene trabajo porque su marido respondía por ella. Más perdida se siente al pensar en que está sola y sin los papeles de sus hijos. Los documentos, expresa con pesar, se fueron junto al agua.

Dejando a Joseph, y la cojera que la acompaña como testigo silente de lo que sucedió, aparece Rosi Nova, una joven de 20 años que se quedó sin su hijo de ocho meses, su papá y una sobrina. Al hablar de aquella noche, explicó que un árbol cayó sobre la casa en la que estaba con toda su familia. «Ahí fue que nos fuimos todos. La calle llevaba bastante agua y no podíamos salir. Cuandbano cayó la mata, el agua me arrastró y me votó lejos, a la laguna. Al otro día en la mañana me encontraron. Tengo muchísimos hoyos por ahí atrás», dijo Rosa al tiempo de mostrar sus magulladuras y agregar que un médico le dio varias pastillas el viernes en la tarde. No ha recibido, pese a las evidentes heridas y la fiebre que ya cedió, ningún medicamento más.

Alojada donde una tía que vive en el cerro, a Rosi le han dado algo de ropa y una funda con comestibles. Rosa Pérez, de 24 años, se quejaba de que están ayudando a los mayores pero han olvidado a los más pequeños: su hija Michelle, de un año, no tiene ropa ni leche para su edad. Ha recibido, indicó, salami, arroz, habichuela, sardinas, café, chocolate, azúcar y leche.

Con una historia similar a las demás, Alba Nelly Pérez aseveró que ha perdido a cinco familiares. En el pueblo dice, cada familia ha perdido cerca de diez miembros. Los niños, garantiza, han sido los más afectados.

Como muchos adultos, los niños han perdido la sonrisa. La vida les golpeó, en sólo una horas, llevándose a sus padres y hermanos. Aquí todos tienen a alguien a quien echan de menos. Por ello, aunque las autoridades hayan enterrado a sus difuntos, jamás olvidarán aquella madrugada en que la vida les cambió para siempre. Así lo evidencian sus miradas.

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