Segunda estación

Segunda estación

Carmen Imbert Brugal

La transparencia devela, expone demasiado. La transmisión de la segunda reunión de los integrantes de la Comisión Ejecutiva del Consejo Económico y Social -CES- y representantes de los partidos políticos con la presencia del presidente de la República, permitió ver detalles importantes del encuentro.


La participación fue ampliada, las innovaciones sobre la marcha contribuyeron a confundir escenario y atribuciones, objetivos y capacidad.


A la convocatoria del miércoles pasado sumaron funcionarios y actores de la sociedad civil que tienen representación en el CES.


Lucía más asamblea de párvulos que cumbre de prestantes. Lo peor ha sido no reconocerlo y salir a divulgar la maravilla de la jornada que aún no logra la dimensión de Diálogo Nacional. La cantilena entusiasta ayuda, pero la evidencia desmiente.


Todavía el perfil de estos encuentros es indefinido. Quizás, antes de la algazara, debió apoderarse la Comisión de Institucionalidad, Transparencia y Estado de Derecho del CES para que decidiera la ruta conveniente.


Así como algunos políticos y capitanes mediáticos intentan encubrir responsabilidad cuando evalúan a los ciudadanos que compran curules, voceros cívicos y oficialistas pretenden camuflar la ineficiencia demostrada por los protagonistas para organizar una discusión y ponderar los deseos reformadores del presidente.


Aquello fue tertulia sin metodología ni parámetros. Escenario dispuesto para que el primer ciudadano de la nación reiterara las sugerencias contenidas en el discurso pronunciado el 18 de agosto y demostrara su vocación dialógica.
Antes de concluir la lectura de sus palabras, los piropos para el presidente magnánimo, dispuesto a refundar la república, circulaban por doquier.


Es pertinente destacar que el gobernante persiste con el esbozo de propuestas que el populismo avala, pero el rigor jurídico rechaza.

El reclamo coyuntural no puede desvirtuar el estado de derecho. La institucionalidad jamás debe ser instrumentalizada.
La independencia del Ministerio Público consagrada en la Constitución y garantizada por leyes adjetivas, el mandatario la ha convertido en santo grial de su gestión. Solo él es capaz de asignar y preservar esa condición mediante decretos incontaminados. Nadie más. Por eso es imprescindible reformar la Carta Magna para defender la patria cuando él no esté.


Procede un ejercicio filosófico y de deontología política para comprender el absurdo que usa el jefe de Estado como pedestal.
Otra pretensión extravagante es impedir a las personas con alguna afiliación partidista optar por un cargo en un órgano autónomo. Requisito excluyente, inaceptable.


El pasado reciente demostró cuán eficiente ha sido el proselitismo de periodistas, abogados, artistas, dirigentes de la sociedad civil, antiguos servidores judiciales. Fueron más militantes que cualquiera con carnet. Sin estar adscritos al PRM son independientes con Abinader y cada uno fue retribuido por el trabajo realizado.


El presidente seguirá con sus proclamas. La tercera estación es en octubre, aunque viacrucis no es porque nadie aspira crucifixión y en el Monte de los Olivos están los otros. Él cuenta con más de doce apóstoles seguidores de su doctrina reformadora. Tiene a su lado, además, más conversos que traidores. Empero, para lograr resultados óptimos falta debate y método. Menos sumisión y más desafío.

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