Segundo Armando González Tamayo,
una clase en extinción

Segundo Armando González Tamayo, <BR>una clase en extinción

ANGEL CHAN AQUINO
Con la muerte del doctor Segundo Armando González Tamayo continúa la extinción de una clase de personas, en nuestro país, que se ha erigido en paradigma de la honradez probada. Esto así, porque la honestidad no es una condición que se demuestra a priori, sino cuando se pasa por donde hay y se sale con las manos limpias. A la de Armando, se unen las de Jorge Martínez Lavandier y Remigio Cabral. De ninguna manera esta honrosa mención es limitativa. Sólo que se trata de personas de quienes puedo dar testimonio presencial por la íntima vinculación que nos unió.

La obtención de bienes mal habidos se puede adquirir por vía directa, cuando se manejan cuantiosos fondos, y/o por tráfico de influencia. Martínez Lavandier, alto funcionario en diferentes gobiernos; y Remigio, sempiterno director de exoneraciones en varios organismos estatales de colección de impuestos, estuvieron sometidos a estas tentaciones. Ambos terminaron sus días en la pobreza, tanto que de Martínez Lavandier, ya enfermo, hubo de hacerse eco en los medios de comunicación porque la pensión que tenía asignada no le alcanzaba para sobrevivir. ¡Y pensar que por sus manos pasaron, inmaculadamente, tantos millones de dinero! En contraste, a otros que disfrutaron holgados privilegios, y hasta ser sometidos a la justicia por manejos non santos, se les premia con pensiones excesivas. ¿Es ésta, acaso, una paradoja? ¿O es que en los nuevos tiempos se tiene como realidad «moralmente aceptada» que la práctica de la corrupción y la impugnidad merecen ser premiadas, en tanto se condena a la honestidad?

A González Tamayo le conozco por su vinculación permanente con la Clínica Chan Aquino desde su época de estudiante y su ejercicio profesional médico, tras su graduación en el año 1957, práctica que mantuvo hasta hace unos seis años, cuando voluntariamente se retiró para dedicarse al cuidado de la enfermedad de su amada esposa. Además soy el padrino de su primera hija, Ivelisse.

Cuando Armando fue electo vice-presidente de la República en el límpido gobierno del pulcro profesor Juan Bosch, vivía modestamente con el producto de su ejercicio profesional. No estaba en condición social para ocupar esa elevada posición, y tenía, por tanto, que adecuarse, no a nivel de ostentación, pero sí al mínimo que por necesidad tiene que presentar un vice-presidente de la República. A tal fin, obtuvo un préstamo de cinco mil pesos en el Banco de Reservas en condición de pagos parciales. A su regreso del obligado exilio, consecuencia del golpe de Estado al gobierno del presidente Bosch, la deuda había elevado a doce mil pesos, por acumulación de intereses. Se dedicó a su ejercicio profesional en las mismas condiciones que antes de la vicepresidencia. Y así, modestamente, sin valerse jamás de alguna ventaja que pudiese derivarse de la alta posición que ocupó, ni siquiera cuando el PRD estuvo posteriormente en el gobierno, logró reconstruir su vida y conducir a su familia acorde con las normas de moralidad que él mismo se había impuesto con el apoyo de su amada esposa, Penélope.

Amante esposo

Casó con Penélope Dominicana Peña en el año 1955. Un matrimonio que ha durado hasta la hora de su muerte. El amor de Armando para Penélope es una novela. Cuando se refería a ella, siempre la ha llamado «mi amada esposa». Educaron siete hijos, entre ellos dos hembras. Todos son profesionales, cinco de los cuales siguieron las ciencias médicas. Ivelisse, como su padre, ha ganado una merecida reputación en la cardiología.

Cuando se encontraba en la cumbre de su ejercicio profesional, con una vasta población de pacientes que lo seguía, se retiró para dedicar todo el tiempo al cuidado de su amada esposa, quien padece una cruel enfermedad. No le bastaba ser partícipe con otros colegas. Prefirió dedicarse a ella, de cuerpo entero.

El político

Aquella madrugada, alrededor de las tres, del 24 de septiembre de 1963, el Presidente Bosch le llamó para que se hiciera cargo del gobierno, porque él se proponía renunciar. Al inquirir qué podría hacer él en el gobierno, el Presidente el respondió: «Ser un juguete de los militares». «¿Y usted cree que puedo ser un juguete de los militares. No. renuncie en nombre de los dos. Nos Vamos». Sin embargo, la renuncia no llegó a ocurrir porque en ese momento un militar, de alto rango, les anunció que ambos estaban presos. El golpe de Estado, se había consumado. (Estos datos constan en el libro Grandes Dominicanos, tomo XI, de Carlos T. Martínez).

El Médico

De vuelta al país tras su obligado exilio en Puerto Rico, ocupó de nuevo su consultorio médico en la Clínica Chan Aquino. Decepcionado, jamás volvió a involucrarse en las actividades políticas. En aquella isla presentó examen de reválida con las más altas notas y se dedicó al ejercicio profesional en los lugares que le fueron asignados.

Siempre ejerció la medicina con un sentido humanista, en consonancia con el principio ético, norma de la Clínica Chan Aquino: «Curar es lo primero, el dinero viene después».

Fue un celoso cuidador de sus pacientes. Era el primero que llegaba a la Clínica cada día. Relata el doctor Martín Suero, uno de sus compañeros cardiólogos, el segundo en llegar, que ya a las siete de la mañana, González Tamayo venía bajando las escaleras después de haber pasado visita a sus enfermos encamados y penetraba a su oficina para comenzar la atención de sus consultas.

Aún el día de su velatorio se escuchaban los testimonios de personas que afirmaban las bondades de esta noble médico, quien en ocasiones rebajaba significativamente sus honorarios ó no los cobraba, cuando aquilataba la condición económica del afectado.

Se dice que el que da recibe, y aunque los vice-presidente de la República no están incluidos entre los funcionarios que reciben pensión, el presidente Leonel Fernández Reyna, amablemente, lo favoreció con una, que contribuyó a crearse un mundo en donde vivió honorablemente, lleno de música, particularmente la de los clásicos, y de artes plásticas, pues aunque no cultivó esta actividad académicamente, la trajo en el alma y pintó numerosos cuadros, considerados de valor, por los entendidos, para regalo a sus amigos.

Es seguro, que en el seno de Dios, descansa en paz el alma de Segundo Armando González Tamayo.

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achan@verizon.net.do

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