Segundo sexo. Familia, Iglesia y Estado

Segundo sexo. Familia, Iglesia y Estado

«El paso más importante que se ha dado en la causa del progreso humano lo constituye la separación total y definitiva de la Iglesia y del Estado».

D.D. Field

Todo lo que somos, pensamos y hacemos obedece a un aprendizaje previo que ha estado definido por los grupos de poder de las sociedades a las que pertenecemos.
El tema del aborto no es la excepción. Desde siglos ha, el manejo de la sexualidad en el hombre estuvo concebido como una liberación a través del placer, no así en el caso de la mujer, para quien el disfrute de la sexualidad estaba explícitamente prohibido y su participación en la vida sexual tenía dos condicionantes: favorecer la satisfacción del hombre y procrear. El paternalismo, que no es más que una de las caras del conservadurismo, venga de donde venga, promovió una marcada división en los derechos de los individuos, y si no, recordemos los tiempos en que los hombres, salidos hacia la guerra, dejaban sus mujeres con un cinto de castidad cubriendo sus genitales.

Curioso resulta que la Iglesia, que lidera los movimientos pro vida, no exprese en la práctica igual interés por la laceración a la dignidad de un individuo que es violado (porque vivir es mucho más que nacer viable) por algún miembro de la Iglesia que propugna a todas luces defensa de la vida, mientras en la clandestinidad veja su condición humana, de persona y de hijo de Dios. Vemos cómo en una sociedad abocada al individualismo, en la que los valores están determinados por el placer de los sentidos, es capaz de desarrollarse un sistema de control sobre el cuerpo de la mujer tan bien orquestado y en el que participa todo el entramado jurídico-político, moldeando a su favor los conceptos sobre los cuales se cimenta el valor de la vida.

Según Jaris Mujica, en su obra “La economía política del cuerpo”, en la conservación, mantenimiento y permanencia de las ideas conservaduristas no se toma en cuenta la autonomía del ser “protegido”, por lo que se le coloca en una posición trasgresora, trazando sus fronteras y determinando su participación en un mundo dicotómico: lo bueno-lo malo; lo pecaminoso-lo aceptado… que había encontrado su nicho en el mundo educativo, pero que hoy trasciende de forma importante al pensamiento de la sociedad globalizada. Frente a esta realidad y la de los derechos sexuales y reproductivos la condición de persona no se valida ni es inherente a su estatus jurídico o filosófico.

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