Segundo sexo: ¡Palito de coco!

Segundo sexo: ¡Palito de coco!

“¡Saludo veciná, saludo vecinó! Cuando palitó no viene, la gente preguntá: ¿dónde tá palitó? ¿dónde tá metío? Tá dulce, tá bueno. ¡Llegó palitó de cocó!
Samira es una niña dominicana, nacida en República Dominicana y de padres dominicanos. Banilejos, para más claridad. Sus primeros años fue criada por una niñera de origen haitiano, quien, debido a su acento, no la llamaba Samira, sino “Samila”.

Samirita, con apenas tres años, bajaba a nuestro apartamento a quejarse con mi esposo: “Don Juyo, ¡Amarilis me dice “Samila!” A lo que él le preguntaba: “ ¿Y cómo tú te llamas?” y Samira respondía ¡Samila!

Cultura y autorrepresentación resultó lo mismo. La niña se representaba a sí misma, a través de su nombre, pero su edad la limitaba para expresarlo claramente; en cambio la joven de ascendencia haitiana sabía que ella se llamaba Samira, pero su cultura idiomática le impedía expresarlo. En ambos casos Samira terminó siendo otra.

La “benevolencia” de los gobiernos permitió que los haitianos migraran a República Dominicana a cortar caña, por ser la mano de obra más barata del momento. Esto favoreció que personas cercanas al poder político y con cierto poder económico, encontraran en el bracero haitiano la vía para convertirse en millonarios; mientras, al primero le permitió acrecentar su fuerza a partir de su alianza con sectores económicos.

Nada de haitianos “en tránsito”. Los bateyes, esa expresión sociodemográfica de la miseria humana, están ahí todavía: en Barahona, en San Cristóbal, en San Pedro de Macorís, en La Romana, en Puerto Plata, todos territorios dominicanos, en donde la gente mal-nace, mal-vive, se mal-multiplica y mal-muere. Con nombres y apellidos. O sin ellos.

Y a este sistema el Estado dominicano le dio su bendición: los marginó, los excluyó, y los selló con el “hechizo” de la ilegalidad. Los confinó a pequeños “guettos””, de dónde, -sospecho-, pensaron que no saldrían jamás.

La sentencia del Tribunal Constitucional, que no toma en cuenta la no retroactividad de la ley; que ordena un “nuevo corte” a partir de una revisión de nacionalidad, busca culpar a los hijos de haitianos de la irresponsabilidad de dos Estados que no supieron o no quisieron establecer reglas claras para la obligatoria convivencia entre países que comparten un mismo territorio, tal vez porque no convenía a sectores que generan ganancias de pescadores en Masacre revuelto.

Escrito por : Fátima Álvarez
rodalvaja@gmail.com @fatimaisolina

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