Segundo sexo
Alienados

Segundo sexo<BR>Alienados

Transitaba por una calle del barrio Altagracia, en Herrera cuando, en segundos, se formó un grupo de motoristas que, al parecer, perseguían a algún ladronzuelo. Un guardia se montó en un motoconcho y le dio instrucciones de seguirlos.

Y fue justamente cuando la vi. Estaba junto a un grupo de personas que se arremolinó para observar cómo perseguían y atrapaban al muchacho que, por su rostro, no parecía mayor de 18 años.

La vi sonriendo. Una mujer que podía ser la madre, -o la abuela-, del muchacho, sonreía socarronamente junto a un grupo de hombres que observaba cómo el casi adolescente era apresado y subido a la parte trasera de un motor, escoltado, por delante y detrás, por dos guardias. Esa media sonrisa me descubrió en lo que nos hemos convertido.

Me impactó su sonrisa. Esa señora, que bien podía ser su abuela, mostraba una abierta satisfacción por el hecho de que el muchacho fuera perseguido, -y posteriormente atrapado-, por los guardias. Aunque algunos de los otros también mostraban cierta satisfacción, el de ella me impresionó no solo por lo que mostraba, sino también por lo que representaba como mujer y como madre.

Y entonces caí en la cuenta de que esta podredumbre social  ha calado profundo. Resulta paradójico pensar que una “buena” dictadura rescata en el ser humano el sentimiento de libertad, de alcanzar cumbres patrióticas más altas; mientras que una “mala” democracia devela las bajezas de las que somos capaces las personas cuando nos han cercenado las esperanzas.

La frase que pide que maten a los ladrones retumba en mis oídos. La sociedad se convierte en una jungla en la que luchamos por la supervivencia, a riesgo de devorarnos entre nosotros mismos cuando se afecta nuestro territorio, nuestra individualidad. Nos hemos convertido en predadores. Con cada caída del otro, se alimenta y fortalece nuestro ego, nuestra posibilidad de supervivencia.

Mientras tanto, un grupo, encabezado por los malos gobiernos que hemos tenido, saca provecho de las necesidades de la gente a través de una economía deficitaria, que vulnera los derechos humanos y  echa mano de la religión como mecanismo de coerción y control, pero también como una salida alienante de la realidad que nos agobia.

Nos hemos perdido a nosotros mismos. Como dijo Marx, “No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia.”

Publicaciones Relacionadas

Más leídas