Seguridad simbólica y cosmética

Seguridad simbólica y cosmética

EDUARDO JORGE PRATS
El gobierno lanzó hace algunos meses, con bombos y platillos, su Plan de Seguridad Democrática en el barrio capitaleño de Capotillo. No se tienen estadísticas claras y fidedignas de cómo este Plan ha impactado realmente en este barrio pero, para el presidente Leonel Fernández, hay una sustancial reducción de los homicidios y del resto de las actividades de delincuencia común. De todos modos, ya se inició su extensión a otros doce sectores de la zona norte de la Capital.

¿Cuál es el verdadero impacto de este Plan? Creemos firmemente que este Plan sólo contribuye a la seguridad simbólica de los ciudadanos y no responde realmente a lo que debería ser un verdadero y efectivo sistema de seguridad ciudadana. Como se trata de un plan de repercusiones eminentemente mediáticas y simbólicas, se enfatiza los aspectos ceremoniales de su extensión, se magnifica el despliegue de los efectivos y se adopta una retórica bélica para provocar la impresión de que se está en una «guerra contra la delincuencia» y que se está ganando la misma.

Pero la realidad es otra y la gente no se engaña. La prensa resalta que «la vigilancia policial en las calles de los denominados ‘barrios calientes’ aún era tímida ayer, un día después de que el presidente Leonel Fernández anunciara la extensión del Plan de Seguridad Democrática a otros doce sectores de la zona norte de la capital, además de Capotillo (…) Residentes en Gualey, Guachupita, Los Guandules, 27 de Febrero y Ensanche Espaillat, cinco de los sectores en esta nueva etapa del plan, dijeron que no habían sentido la presencia de los agentes policiales patrullando las calles de sus sectores, como esperaban que ocurriera tras el anuncio del presidente (…) Reporteros de este diario recorrieron varias calles de estos sectores y observaron que el patrullaje policial era escaso en Guachupita, Gualey y Los Guandules. En tanto que en el 27 de Febrero y el Ensanche Espaillat la presencia policial era nula. En Guachupita sólo se vio una patrulla de dos agentes en la calle F esquina avenida Francisco del Rosario Sánchez. Pero en el interior del barrio no había al mediodía de ayer, ni un solo agente policial» (German Marte, «Vigilancia policial era tímida ayer en los ‘barrios calientes’», Hoy, 11 de enero de 2006, pág. 4).

No nos llamemos a engaño: este plan es un plan de seguridad cosmética. Y es que, ¿cómo puede haber seguridad en un país de casi 9 millones de habitantes y apenas 3,500 efectivos policiales? Para dar seguridad a la gente en estas condiciones hay que hacer el milagro de la multiplicación de los panes o utilizar la estrategia del emperador Christophe en Haití, quien hacía desfilar cientos de veces a los mismos militares por la fortaleza La Citadelle en Cabo Haitiano. Con razón, José Israel Cuello y Federico Henríquez Gratereaux, que no tienen ningún pelo de tontos, decían en su programa «Aparte y Punto» del día que se inauguró la extensión del Plan, que había que llevar los policías de un lado a otro de la ciudad, y que cuando se iban de un lado, aumentaba la delincuencia del otro.

Un verdadero Plan de Seguridad Ciudadana requiere un sistema integral y no acciones aisladas; una reforma de la Policía Nacional; un aumento real y tangible de los efectivos policiales, del presupuesto y de salarios para hacer la carrera policial atractiva a los mejores talentos de nuestras escuelas; una tecnificación del aparato policial; la inserción del policía en la comunidad, para que sea visto como un amigo de la gente y no su principal enemigo; una intensa acción social en los barrios a nivel de los clubes, de las escuelas, del incentivo a las actividades culturales y deportivas, de la mejora de las infraestructuras, y de la implementación de sistemas adecuados de monitoreo de la violencia intrafamiliar como ha reclamado Susy Pola desde Santiago; y, lo que no es menos importante, la efectiva integración de la red de organizaciones sociales y comunitarias de los barrios en el sistema de seguridad ciudadana.

Hay que pasar de la seguridad simbólica y cosmética a la seguridad real. Y eso sólo se hace con voluntad política y recursos.

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