La condición salarial en sentido general dista mucho en este país de cubrir a las mayorías con el mínimo requerido para satisfacer necesidades que crecen con costos elevados en lo esencial para vivir, como son los combustibles, las medicinas y los alimentos. Digamos además que cada día es más difícil contar con el pluriempleo y que la estabilidad de los ingresos del hogar se deteriora, pues con mayor frecuencia alguno de los cónyuges o los hijos jóvenes en edad productiva carecen de trabajo. En ese marco, lo peor que perjudica al sector laboral es que la Seguridad Social avanza con lentitud de tortuga. El 53% de la población carece de seguro médico y el sector contributivo solo alcanza para el 25.6% de la colectividad.
Otra dolorosa marginación se expresa en la no afiliación todavía al sistema de pensiones de más de un 60% de los asalariados. Casi tres cuartas partes de los dominicanos amenazados de llegar a la vejez sin ingresos justos. La integración de millones de trabajadores formales, y de los informales que constituyen una mayoría en la economía, sumarían al ahorro nacional cuantiosos recursos que se necesitan con urgencia para el desarrollo industrial y para dar un ritmo más acelerado al crecimiento de las infraestructuras de comercio y servicios y para mayores inversiones asociadas al capital extranjero. La seguridad social tiene mucho que dar todavía y no debe tardarse en lograrlo.
Un panorama de luz… y sombras
Hoy sería un excelente día para ver a la ciudad de Santo Domingo desde el aire; en helicóptero o avión. Además de los rasgos del Nueva York Chiquito que algunos críticos consideraron exageraciones de la visión presidencial, esta tarde podría observarse a miles de personas en carnaval. Carrozas y comparsas; algunas como expresión del entusiasmo de gente común que echa a un lado sus pesares para celebrar. Pero que también suele plasmar con bufeos teatrales las penas del día a día. Inseguridad y pobreza envueltas en disfraces.
Al que trepe a las nubes para a ver, que por favor no se amargue dirigiendo miradas hacia inmensos espacios de viviendas precarias (favelas criollas) en mil barriadas. Ni hacia Duquesa, con su sabana de escombros a modo de paisaje de la Siria actual; ni hacia el Ozama y el Isabela, auténticas alcantarillas a cielo abierto que rivalizan con los ríos más contaminados de India y Bangladesh.