Seguridad social, otro viaje a lo desconocido

Seguridad social, otro viaje a lo desconocido

  TEÓFILO QUICO TABAR
Cuando se dice que una persona cuenta con un trabajo, se supone que debería estar en condiciones de atender sus necesidades básicas de alimentación y vivienda, contar con un sistema de seguridad social y educación que cubran los aspectos fundamentales de salud e instrucción para él, su cónyuge y sus hijos, y lograr disponer de ciertos márgenes para el ahorro, pero esto solo podría ser posible si a su condición de asalariado se le agregara capacidad para poder programar sus gastos, de manera que no consuma todos sus ingresos sino que reserve algo para el futuro.

Los países desarrollados tienen promedios bastante elevados de ahorro individual, que de una forma u otra se incorporan como piezas fundamentales de sus estructuras económicas a las estrategias financieras nacionales. En cambio, en países subdesarrollados, solamente algunos sectores bastante limitados pueden darse ese lujo de ahorrar.

El nuestro, aunque algunos líderes y dirigentes se hacen la ilusión de que en verdad progresamos, avanzamos y nos modernizamos, en realidad somos un país subdesarrollado. La primera condición para que no fuera así, debería ser la existencia de fuentes de trabajo permanentes que les aseguren a todos los ciudadanos la forma de cómo hacerle frente dignamente a los rigores de la vida. Fuentes de trabajo que les permitan mejorar su situación y la de sus hijos. Fuentes de trabajo que les ofrezcan niveles de vida verdaderamente humanos. Pero esa no es la realidad, a pesar de las ilusiones.

La falta de empleos y la ausencia de servicios, sobretodo en las comunidades más apartadas, se convierten en estímulo y señuelo a la vez, para que la gente emigre hacia donde se dice que el país crece, se desarrolla y avanza. Hacia allí se dirigen los que no tienen nada, los que solo tienen que cargar con su propia ropa y tal vez con el recuerdo de su triste existencia, esperanzados en que lo que se dice y se promueve sea una realidad.

El crecimiento dislocado de las ciudades y pueblos por la falta de atención de la gente que huye en busca de mejor suerte. La locura desordenada que se produce especialmente en las más grandes, no solo por los nacionales sino además por los vecinos del oeste, están creando de manera acelerada barriles que, con el calor que provocan las temperaturas y el hacinamiento, falta muy poca sustancia explosiva para que se produzca la detonación.

La mezcla de situaciones y de contrastes conmovedores que se producen en diferentes áreas de las ciudades y los campos, donde algunos viven en la opulencia y otros en condiciones inenarrables, crea un ambiente difícil y cada vez más preocupante. Todo el país se está sembrando de esos bolsones de progreso en medio de la miseria. Pero no lejos, sino a distancias que hasta con las narices se pueden localizar.

He llegado a creer que muchos políticos, dirigentes, personas importantes e incluso religiosos, realmente desconocen que una parte importante del país, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, que trabajan, chiripean o viven de pequeñas actividades, no tienen forma de alcanzar niveles salariales o ingresos que les permitan comer y vestir decente, mucho menos lograr un sistema de salud adecuado, ni siquiera para los padecimientos más elementales y simples.

Desde hace años venimos haciendo advertencias ante las distancias que se producen entre los grupos privilegiados y las mayorías depauperadas. Frente a la desesperación de esa gente humilde que los empuja a las aventuras ante la indiferencia de los dirigentes, ahora se les están creando nuevas expectativas con un seguro de salud familiar que se aleja de sus posibilidades y pudiera convertirlo en otro viaje a lo desconocido.

Se puede hablar de sistema de seguro familiar para el grupo que siempre ha estado inmerso o bordeando los linderos de las bonanzas y que no lo necesita, o tal vez para una capa de la sociedad que tiene ingresos que así se lo permiten, pero no para más de la mitad de la población que no tiene vivienda, trabajo, alimentación, agua potable, salud y educación adecuados. Frente a ellos el Estado tiene una responsabilidad permanente, de la que bajo ninguna excusa puede renunciar.

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