Por FÁTIMA ALVAREZ
La Semana Mayor ha sufrido las transformaciones padecidas por las grandes sociedades. Las urgencias, el imperioso tic tac del reloj, el tránsito, lo que debimos hacer anteayer, hoy y aún no es un hecho… todo coincide para hacer de la vida citadina un caos de 24 horas y 365 días al año.

Son esos pequeños espacios de curioso respiro –como la Semana Santa-, los que parecen darnos la oportunidad de recordar que somos humanos. Pero, ¿estamos haciendo conciencia de ello?.

La naturaleza, sabia, noble e inteligente, derrama regalos constantes para que veamos su poder en nosotros mismos. Estas cercanas fiestas favorecen un reencuentro personal con lo que somos, con la esencia del ser humano y los valores que, a pesar de las pasiones, perviven en cada uno.

Para los cristianos puede ser un encuentro con la divinidad que vive en las personas y su entorno; para los no tanto, una nueva forma de disfrute: más profundo, más esencial y necesario.