Semana Santa

Semana Santa

Comienza el período del año en que más personas acuden a playas, ríos, campos, montañas y a otras zonas de recreo, pero también se ingresa a los días de los cultos mayores de la cristiandad que llenan los templos de feligreses.

Es inevitable que el país se  coloque en alerta, pues discurrirá un asueto en el que pueden ocurrir excesos; desde el de la velocidad de los vehículos en carreteras con tráfico profuso, hasta el de consumo de  bebidas que pueden afectar la salud y que restan ecuanimidad.

Existe el peligro real -que en verdad es permanente pero que ahora se acrecienta- de que actuaciones individuales generen perjuicios, incluso pérdida de vida a los propios actores de abusos o a terceras personas.

Lo más  justo y apropiado es que los ciudadanos puedan concentrarse en cuestiones religiosas, si así lo prefieren, o en la diversión y el descanso  pero sin ningún menoscabo de la civilidad y la integridad física y moral de los demás.

Los tiempos aconsejan, por demás, que la tónica en la actuación colectiva no sólo sea de moderación y orden, sino también de reflexión.

El país enfrenta enormes retos: el libre comercio desafía a esta sociedad a mejorar sus infraestructuras legales y de producción. Aquí se padece un orden de cosas en lo energético que es insostenible y no se avizora la fórmula que finalmente propicie que el sistema genere y distribuya  electricidad con eficiencia y bajo costo.

La sociedad está atrapada en la angustia de la criminalidad desbordada.

En cada barrio, en cada calle, la familia dominicana vive en el miedo.

El asalto a mano armada es cosa común; el desamparo, también, porque ni la Policía  ni la Justicia dan abasto contra el flagelo de la delincuencia.

La política  y las elecciones del próximo mes constituyen una seria preocupación para la comunidad.

Debilidades de instituciones traen incertidumbre porque los enemigos de que la voluntad popular se exprese libremente y de manera ordenada no duermen.

Los partidos políticos, en sentido general, no sobrepasan aún la condición que lleva a considerarlos como un mal necesario.

Son imprescindibles para la democracia. Pero no acaban de salir de la cultura del clientelismo ambicioso, individualista  y obstaculizador del progreso.

Los malos políticos han incidido demasiado para que la corrupción campee, la mayoría de las veces en causa común con intereses privados.

Por mucho tiempo el manejo irregular de riquezas nacionales  ha sido ostensible en lo estatal y en otros ámbitos.

El inventario de adversidades incluye también una gran deuda  con la nación por una seguridad social que no acaba de funcionar y una atención presupuestal insuficiente para la educación, superior y primaria.

Irse a la playa y olvidarse de los problemas fundamentales no sería el acto más responsable.

Volver de la playa sin haberse desbordado en consumos dañinos social e individualmente, y sin haber perdido de vista los deberes para con la colectividad ni haber evadido la reflexión sobre los males nacionales,  es lo correcto y esperanzador.

Es necesario que las autoridades cumplan en esta Semana Santa sus obligaciones de preservar el orden y la seguridad ciudadana. La prevención y la asistencia oportuna deben caracterizar su comportamiento.

El respeto al derecho ajeno es la paz. Que todo el mundo tenga en cuenta los límites de sus facultades y el alcance de sus deberes.

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