Semana Santa

Semana Santa

Roberto Núñez
¿Para dónde tú vas en esta Semana Santa? ¿Dónde tú piensas pasarla? Estas y otras preguntas parecidas a esas son las que la gente acostumbra a hacerle a uno cada vez que se aproxima la fecha en la que cada año la Iglesia Católica conmemora la muerte y la resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

En el fondo de la conciencia de las personas que hacen este tipo de preguntas subyace o se anida la idea de que en la Semana Santa la gente tiene que irse de playa para tal o cual sitio, como si fuese obligatorio que uno -necesariamente- tenga que abandonar su casa para tener que salir a celebrar nadie sabe qué cosa, porque no hay nada que celebrar.

En cambio, sí mucho que reflexionar y meditar en esos acontecimientos en los cuales nuestro Salvador, el Hijo de Dios, dio su vida por nosotros y nuestros pecados.

La llegada de la Semana Santa no anuncia la llegada del verano, por tanto no hay que salir en estampida a todo dar hacia la playa.

Tampoco anuncia la llegada del Día de Nochebuena ni del Año Nuevo. Es decir, no se trata de la celebración de una semana de fiesta en la que gran parte de la población se dedica a tomar bebidas alcohólicas como si fuera agua potable, o se entrega a la diversión total en playas, montañas y ríos; no.

 Todo lo contrario. Se trata de una semana en la cual los buenos cristianos debemos hacer un alto en el camino de nuestras vidas y ponernos a pensar en las palabras pronunciadas por el Hijo de Dios durante los años que predicó el Evangelio aquí en la Tierra y entre nosotros, anunciando la llegada de una nueva vida, la liberación de las almas, el perdón de los pecados y el ofrecimiento de la vida eterna.

La Semana Santa es tiempo de pensar en aquellos hechos de sacrificio que hizo nuestro Señor Jesucristo por todos nosotros. Es tiempo de reflexionar, es decir, tiempo de meditar; de preguntarnos si estamos siendo justos con los demás, si estamos amando al prójimo como a nosotros mismos.

Recordar y respetar los diez mandamientos de la Ley de Dios. Es tiempo de preguntarnos si estamos respetando y cumpliendo, por lo menos, con el primer mandamiento de la Ley; ese que dice: “Amarás a Dios sobre todas las cosas”.

Aquel que no le da nada a nadie que le sirva para mitigar su hambre o saciar su sed no puede considerarse jamás como un buen cristiano, ni tampoco puede decir que ama al prójimo; y es bien sabido que el que no ama al prójimo no ama a Dios, y el que no ama a Dios no ama a nadie, y el que no ama a nadie se puede decir -con el perdón de Dios-, lamentablemente, que está demás en este mundo.

¿Qué tiene de malo quedarse en la casa durante esa semana? ¿Qué tiene de malo asistir a misa y escuchar la palabra de Dios a través del sacerdote de la iglesia más cercana a nuestra casa?

¿Qué tiene de malo que aprovechemos ese tiempo para leer algunos pasajes de la Biblia junto a nuestros familiares, amigos, vecinos…?

Si lo hacemos así de seguro que Dios dirá: “Yo no le veo pecados a estas gentes”.

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