El dominicano debe estar ya convencido de que la estabilidad macro-económica es una insuficiente condición y que lo esencial es que sirviera para impulsar con efectividad el desarrollo a corto, mediano y largo plazos. Aun cuando el país parezca crecer un poco y marchar por buen camino en función de unos indicativos útiles al optimismo oficial sobre importaciones y exportaciones, basta saber de lo mal que hemos andado por años y años a causa de unos esquemas de ejercicio del poder que han soslayado la inversión en la gente para convencerse de que el futuro no nos depara tiempos mejores si el Estado no se comporta como un contundente formador de ciudadanos educados para ser el base de un país más industrializado y mejor explotado agropecuariamente.
El desempleo no ha parado de crecer, como lo prueba la existencia de centenares de miles de jóvenes que ni trabajan ni estudian; y aunque el Gobierno celebre sus obras escolares y reclame méritos, las sombras y vacíos del sector educativo nos mantienen como un país que desatiende a la escuela; y no por coincidencia ha crecido desbordante la inseguridad. Raros son los dominicanos que no relaten, tan pronto les llega oportunidad, que han sido víctimas recientes de algún tipo de delito, ellos, sus familiares o sus relacionados. La exclusión y la falta de un régimen fiscal que estimule el ahorro y las inversiones, impiden confiar mucho en el porvenir.
Una prevención muy descuidada
La inteligencia (violadora de la privacidad), utilizada ilegalmente para conocer de los actos e intenciones de los demás, siempre ha prosperado en este país, paraíso de los espías de la telefonía. Pero la otra labor de inteligencia, la que serviría para prevenir el bandidaje desde motocicletas saltamonte y otros medios que se utilizan contra la sociedad, resulta insuficiente. Una asociación privada que monitorea los comportamientos de la delincuencia y las manifestaciones de violencia da fe de que barrios de todos los niveles sociales son pasto de asaltantes; lo mismo que las zonas de recreación y caminatas a que acuden centenares de ciudadanos pacíficos. Los pistoleros motorizados de los alrededores de el Faro a Colón y el Parque del Este campean por sus fueros. Los tipos con perfil de malhechores ruedan libres; los caminantes los perciben y se alarman. La Policía no, a pesar de que se la supone inteligente.