Sentencia 168/13 como estrategia de fragmentación social

Sentencia 168/13 como estrategia de fragmentación social

Alborotar el avispero internacional y profundizar la fragmentación de la sociedad dominicana son hasta ahora los logros más ostensibles de la sentencia 168/13 del Tribunal Constitucional. Este lamentable tajo que ahonda la zanja social que ha marcado al pueblo dominicano a lo largo de su historia no es un accidente ni una casualidad, sino que constituye lo que el doctor Alberto Binder (Caracas, Jan-Feb, 1991) ha calificado como una “estrategias de fragmentación”, que transforma a la mayoría de la sociedad en un conjunto de grupos aislados, que se declaran la guerra entre sí y adquieren una condición dual de víctimas y victimarios.

La sentencia 168/13, parida de las entrañas de los sectores más conservadores que medran agazapados alrededor y dentro del partido de Gobierno, como acto reflejo de complejo contenido ideológico y en su función de reproducción y justificación de la desigualdad social en la que vivimos, ha devenido en ser el elemento más desestabilizador y perturbador que ha tenido que enfrentar el presidente Medina.

Los prohijadores de esta sentencia han manejado el concepto “soberanía” como un motivo histórico-emocional para generar adhesión y fragmentar las fuerzas sociales que vibran a lo interno de nuestra nación. De este modo, de acuerdo a la teoría del doctor Binder, se evita la construcción de mayorías hegemónicas y se condiciona de un modo estructural a la democracia, evitando que se convierta en una democracia transformadora.

Tenemos un sentimiento de soberanía furibundo, marcado por una emotividad rayana en lo irreflexivo. Tenemos una “soberana” corrupción, la que aceptamos de forma impávida y sumisa. Tenemos una “soberana” y oprobiosa desigualdad social y ni siquiera nos indignamos. Tenemos un “soberano” desorden vial con un elevadísimo costo en vidas y bienes y no logramos concertar una voluntad colectiva que vislumbre un cambio en la forma de desplazarnos por nuestras calles y carreteras.

En nuestro caso particular esta estrategia de fragmentación social funciona como un mecanismo con el que se trata de confundir el problema migratorio de la República Dominicana en relación a Haití, con la composición actual de la población nuestra que ha surgido de un trasiego irregular auspiciado por nuestros gobiernos junto a terratenientes, empresarios, grandes constructores y otros sectores poderosos, que hoy confabulados con sectores políticos diversos, pretenden desconocer una realidad que ellos mismos se encargaron de construir. El problema migratorio tiene que ver obviamente con nuestra soberanía; pero los hijos de extranjeros nacidos y criados aquí constituyen un problema de derechos humanos, que podemos y debemos resolver sin menoscabo de nuestra soberanía.

La teoría de la sociedad fragmentada como mecanismo y estrategia de opresión de la clase dominante se verifica cuando a los grupos de patriotas vociferantes se les hace creer que sus problemas no los ha originado una élite manipuladora que se ha apropiado, a través de la política y del ejercicio del poder, de los beneficios que ellos están llamados a disfrutar. A estos patriotas, se les hace percibir que el mal se origina en otros, por desgracia tan deprimidos como ellos mismos.

Esta sentencia solo beneficia de forma relativa a las élites poderosas dominicanas y haitianas en perjuicio de una enorme población empobrecida que desde ambas naciones debe encontrar caminos más auspiciosos y esperanzadores. Ante esta estrategia que usa sus mecanismos para dividir la mayoría, explotarla y enriquecerse, la propuesta es discernir estas estratagemas del poder, compactarnos todos en un encuentro solidario y encontrar vías para la construcción de una democracia transformadora, plural y participativa.

Ante la evidente fragmentación de la sociedad dominicana y las notorias limitaciones para provocar políticas sociales que favorezcan a los sectores económicamente más deprimidos y en condiciones de vida inhumana, es oportuno el momento para un soberano clamor de unidad que nos aliente como nación, que nos impulse a implementar las verdaderas iniciativas que hacen grandes a las naciones.

Ante esta alharaca social cargada de grises presagios y en un momento en que las élites están jugando a la fragmentación social, no viene mal que todos recemos con Pedro Mir como un credo solidario: “Después no quiero más que paz. Un nido de constructiva paz en cada palma. Y quizás a propósito del alma el enjambre de besos y el olvido”.

 

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