Sentido de las alianzas

Sentido de las alianzas

EDUARDO JORGE PRATS
Uno de los beneficios derivados de la adopción del sistema de la doble vuelta electoral ha sido el de dulcificar las diferencias entre los partidos políticos que otrora alcanzaban niveles de violencia física: ningún partido quiere ser el enemigo radical de los demás porque sabe que en un momento puede necesitarlo como aliado. Es cierto que es deplorable el fenómeno global de la desaparición de las fronteras ideológicas entre los partidos fruto del derrumbe del muro de Berlín pero no menos cierto que es un dato positivo la suavización de las contradicciones partidarias. Hoy el juego electoral no es un juego suma cero gobernado por la lógica binaria del todo o nada.

Pero una cosa es la necesaria flexibilidad partidaria, necesaria para el encauzamiento de la competencia electoral y otra que se quiera manufacturar un falso consenso destinado a imponer o mantener una supermayoría congresional o municipal. Por eso dieron en el clavo dos líderes de la talla de Hatuey Decamps  y del Presidente Leonel Fernández cuando uno advirtió que el Partido Revolucionario Social Demócrata buscaría las alianzas necesarias para enfrentar una eventual coalición del Partido Revolucionario Dominicano y el Partido Reformista Social Cristiano y el otro señaló que el pluralismo es un rasgo esencial de las democracias contemporáneas.

Lo que al pueblo le conviene es la posibilidad de optar entre diferentes opciones partidarias y dividir su voto entre la boleta congresional y la municipal. No podemos entonces sustituir el arrastre de la lista única con el arrastre de coaliciones forzadas por élites partidarias que no quieren exponerse a la censura de los electores. La diversidad de opciones electorales hace bien a todos: a los partidos que conservan su identidad partidaria y a los electores que puedan seleccionar entre diferentes alternativas políticas.

Ahora bien, una cosa piensa el burro y otra quien lo acarrea. Por más que el pluralismo y la diversidad partidaria deben ser datos esenciales de una verdadera democracia, la cultura de élites políticas acostumbradas al reparto preelectoral es, sin lugar a dudas, un elemento que inclina el sistema político a la manufactura de un consenso forzado que priva al elector de la diversidad necesaria para que se exprese en toda su extensión la voluntad popular.  

El país requiere la construcción de una mayoría congresional de gobernabilidad, aunque la misma esté compuesta de una diversidad de fuerzas políticas. Lo ideal es que las alianzas se produzcan en el marco de esta diversidad, preferiblemente con posterioridad al torneo electoral, sobre una base programática y emergiendo sin perjuicio de la identidad partidaria y del derecho a un sufragio directo y libre.

Las próximas elecciones marcarán un punto de inflexión importante en el desarrollo del sistema político-electoral dominicano. Uno de los elementos del torneo electoral que se avecina lo será la emergencia de una fuerza política que como el Partido Revolucionario Social Demócrata demostrará su verdadero arraigo popular, al llevar, solo o en alianza con otros partidos, una pléyade de candidatos representantes de todos los sectores de la vida nacional. Con ello se quiere no solo apuntalar una fuerza política emergente sino, sobre todo, contribuir a construir sobre bases firmes, no clientelistas ni prestas a la extorsión, una gobernabilidad basada en el pluralismo, en la diversidad y los principios fundamentales del orden constitucional dominicano.

Pero de nuevo el sentido de las alianzas debe ser el de lograr, sobre una plataforma programática compartida, la coalición de una pluralidad de partidos, no para exterminar al adversario sino para contribuir a la necesaria gobernabilidad. Esto parecerá utópico para muchos pero quizás, para utilizar las palabras de nuestro Pedro Henríquez Ureña, hoy necesitemos las utopías tanto como el aire que respiramos. De todos modos, el momento es propicio para esta utopía posible y el pueblo dominicano es lo suficientemente sabio para detectar quien no quiere asumir los costos y los riesgos de toda competencia electoral. La democracia se funda en los partidos y los partidos solo se consolidan involucrados activamente en verdaderos torneos electorales y no en simulacros de participación electoral. Querer eliminar el necesario e irreductible nivel de incertidumbre inherente a todo sistema electoral competitivo es quizás el peor despotismo de la tiranía de las mayorías.

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