Sentir sin intermediarios

Sentir sin intermediarios

CARMEN IMBERT BRUGAL
Recibió la invitación y de inmediato visitó la sastrería del pueblo. Negoció con el sastre la hechura del traje, acorde con su presupuesto. Dinero no le sobra, pero contactos tiene en demasía. Un compadre, recién llegado del Bronx, le prestó la corbata. Los compañeros de trabajo y del partido, la familia, los vecinos, además de desearle buen viaje, expusieron sus demandas y quejas, sus necesidades y esperanzas, serviría de vocero.

Estar cerca del candidato es un privilegio y el amigo había sido escogido para disfrutar la gracia. Regresó al pueblo cabizbajo, intentó esconder el fracaso comentando el discurso pronunciado, las incidencias del trayecto, el almuerzo. Cuando se perdía en detalles, alguien interrumpió, ¿hablaste con él, sí o no? Una pausa incómoda antecedió la sincera respuesta: no pude. Después de la francachela navideña y de fin de año, en el vórtice de un proceso electoral, cuyo resultado es previsible, no estaría mal que además de las tradicionales actividades, pautadas por los jefes de campaña, los políticos nacionales innovaran.

Los reclamos solicitando debates, propuestas, discusión temática serán ignorados. Tan conscientes se está de la improbabilidad de estos intercambios que los más entendidos auguran el desmadre, la violencia verbal, los insultos de campaña que no hieren, se olvidan rápido y permiten reconciliaciones risibles entre los «ofendidos». Concluido el período electoral desaparecen los agravios, las alusiones injuriosas, las amenazas. Unos y otros se miran, sonríen y pactan, como si nada hubiera pasado. Es el fuero electoral dominicano, la perniciosa licencia para difamar sin consecuencias, el tinglado adecuado para un electorado tratado como hincha en el estadio.

Intentos no faltarán para lograr una jornada distinta. Algunos representantes de grupos organizados de la sociedad civil emplazarán a los contendientes para que expongan su proyecto, defiendan su programa de gobierno, subrayen desaciertos y culpas de los contrincantes. La aceptación dependerá del interés de cada uno, los asesores evaluarán cuánto suman o restan con una exposición pública ajena a la vocinglería, sin mención del «pa’ lante», del «que se van, se van», del «candidato de los pobres», del tu robas y yo también.

La labor proselitista de los políticos es incesante, agotadora. No desperdician eucaristía ni velorio. Bautizo, bodas, partos, horas santas, aguinaldos, temblores, temporales, sequía, inundaciones, son acicates para su trabajo, imán para su presencia. Desiertos y valles, montañas y costas son convertidas en proscenio para soltar la arenga y apretar la mano, repartir abrazos, prometer el paraíso y repartir cajas, cajitas, fundas, funditas, papeletas, gallinas, cerdos. Empero, a pesar del fandango, resulta inexplicable la lejanía de los candidatos con la gente, sus asomos están precedidos, acompañados por acólitos. Escuchan, ven, sienten, a través del grupo de cortesanos.

¿Cuándo fue la última vez que el Presidente o cualquiera de los candidatos estuvo en una tienda, un supermercado, en una sala de cine, en un teatro, en un parador? ¿Cuándo llegó alguno a una provincia, un municipio, una común, atravesó el parque y conversó, sin intermediarios, con un viandante?

La condición y oficio de político jamás debe ejercerse al margen de la cotidianidad. ¿Quién ha dicho que esa es la manera adecuada de proceder? Podría argüirse que el estilo ha permitido victorias; sin embargo, es inconcebible asumir como norma la desconexión con la ciudadanía.

La espontaneidad se crea. Hombres y mujeres públicos, aquí y acullá, cuentan con verdaderos expertos, creadores de espacios idóneos para que el aspirante se desenvuelva como uno más. Nuestros candidatos no conducen sus vehículos, no visitan amigos, no frecuentan lugares de esparcimiento, no compran, no hablan con la friturera ni con el bodeguero. ¿Porqué los sesudos consejeros no innovan creando el escenario que permita el contacto «espontáneo» con el aspirante? Usar el artilugio, hace falta, compensaría el rechazo a la contradicción de ideas. Ocurre en otros lares, sin asombro y con excelentes resultados.

Con números favorables o adversos, con encuestas creíbles o amañadas, es importante el acercamiento del candidato a la ciudadanía, de ese modo, lejos de las variables económicas, de los informes especializados y enjundiosos, de la barahúnda, sabrá para quién gobierna o pretende gobernar y cómo vive y siente la mayoría. Tal vez entonces será menos frustrante el retorno a su comarca, con deudas y sin respuestas, de ilusionados militantes pueblerinos.

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