Sentirse importante

Sentirse importante

En la década de los 60, colegialas provincianas cotejaban nombres. Discutían cuál sería el más apropiado para su ahijado o ahijada. Piadosas hermanas de la caridad, motivaban a la muchachada para que auspiciaran el bautismo de criaturas africanas. Una contribución modesta permitía nombrar a la patrocinada y esperar un certificado con la constancia del madrinazgo. Cuando entregaban aquellos pergaminos coloreados, con el nombre de madrina y ahijado, la emoción era inenarrable. Embeleco o realidad, el hecho permitía la sensación de trascendencia.

El pálpito de ser importante gracias a la decisión, casi mística, de cooperar para que una personita no muriera sin recibir el sacramento y pululara en el limbo que acoge a moros. El óbolo evitaba prolongar el sufrimiento que la miseria asigna y garantizar el paraíso negado en la tierra.

La Voz de América, incluía en su programación un Club de Amigos. El espacio permitía el intercambio entre personas ubicadas en los antípodas. Para pertenecer bastaba escribir una carta con la descripción del remitente. Mencionar gustos, edad, país de origen, ciudad de residencia y el interés de tener amigos más allá de sus fronteras. Esperar la lectura de la correspondencia era un momento singular. Si ocurría, aumentaba la expectativa. Alguien respondería.

Recibir un sobre con sellos de Colombia, Uruguay, Ecuador, Costa Rica y el impreso “vía aérea” se convertía en una experiencia mágica. Advenía, naturalmente, la sensación de importancia. Redactar anécdotas familiares, confesiones de sueños y fracasos, confería la convicción de puente, de afecto transnacional, de océano atravesado sin mástiles. Ahora Internet satisface esa urgencia.

Desde el anonimato y a través de las redes, se incita la necesidad de ser importante para volver a la nada. Cada minuto se transmite un manifiesto y en un instante llega a los ojos, manos, oídos de millones de personas. La recepción del texto acrecienta la percepción de valía personal. Recibo, firmo, luego existo.

No hay rostro, ni previo intercambio. La persona que redacta asume que los demás piensan, sienten, se indignan por las mismas razones. No interesa la cantidad ni la composición de extensas listas de direcciones. Interesan la firma y los dígitos de la identidad. Las propuestas son tan variadas como la seguridad de aceptación, de consenso que asiste al emisor.

La petición de firmas puede pretender el repudio a los habitantes de Novo Aripuana- Brasil- porque agreden a las hormigas carnívoras o lava pies. Perseguir a los detractores de los murciélagos, que los intuyen vampiros y desconocen su labor como plaguicidas.

La preservación del cóndor andino, por ejemplo, el ave voladora más grande del planeta, motiva reclamos desesperados. Pronto, algunos protectores de las moscas exigirán firmas para demandar la prohibición del poema de Machado por considerar discriminatorio aquello de “vosotras moscas voraces que ni labráis como abejas ni brilláis cual mariposa”.

Con crítica o sin ella el uso ha existido siempre. Hoy es más expedito y masivo el deseo de contacto y aceptación. Encubrimiento de la soledad. Con excusas y causas nobles firmar solicitudes satisface la ilusión de ser importante. Ánimo distinto a la deficiencia de la personalidad que transforma inocentes en culpables, sólo para concitar atención.

Tampoco se trata del exhibicionista que aspira la preocupación del público. No. Es otra cosa. Un trastrueque de militancia, compartir desde el silencio consignas y compromiso. Mezcla de candidez y arrogancia aunque parezca menjurje imposible. Manera de pagar deudas no contraídas y de conjurar el anonimato perturbador propio de la época.

A más menos. Más firmas para la conservación del gusano de seda y para la prohibición de ingesta de pato pequinés, menos cariño para el vecino o más oraciones para que el señor perdone a los pecadores y la justicia terrenal libere del castigo a los infractores. A pesar del aserto, la firma de esas pancartas virtuales y masivas, seguirá compensando carencias. La ilusión de ser importante persigue a los seres humanos. Sin fantasía es difícil la existencia.

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