SÉPTIMO ARTE
“Jean Gentil” Viajeros sin mapa

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Hacía tiempo buscábamos en el cine temas insulares ante los cuales, finalmente, se pudiera decir, esto es “arte”. Sí: arte así nomás, sin complementos, sin decir “dominicano” o “contemporáneo”.

Las experiencias cinematográficas en la República Dominicana han estado normadas por espejos –o caminos- que se bifurcan. Hay muchos mapas borgesianos: mapas que de tan precisos son tan grandes como la Isla misma. O somos la Habana de los años 50 o esa dominicanidad apetecida por los dominicanos “ausentes” o los “Yorks”, quienes son finalmente los que han impulsado, con sus ingresos, el cine dominicano. El gran problema del cine dominicano es que es muy “dominicano”, es decir, muy epidérmico, pensando y hecho con códigos estancados entre Washington Heights y algún multicine del polígono central. Uno se ríe, sufre, goza, siente muchas veces que los comediantes locales son los mismos en la pantalla chica y en la grande, y los niños se irán contentos a la coma después de degustar su helado.

El cine dominicano es muy étnico: se quiere mostrar, enseñar, educar, sea con lo que sea, o con los sempiternos fantasmas del trujillato o con los más recientes de la migración. Eso también tiene sus encantos, se entenderá, porque de todo hay en la viña del Señor y no hay que ser tan abrasivo a la hora de los gustos.

“Jean Gentil” (2010), película de la pareja domínico-mexicana Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas, recién estrenada en la Mostra de Venecia, llena de un súbito optimismo. Estamos frente a un cine referido a la Isla pero no entrampado en sus palmas o sus cañones o cualquier sangre derramada. Porque, qué buscamos en el cine finalmente, ¿reconfirmarnos en un paisaje o un pasaje de la historia? ¿Subrayar una vez más que somos “más dominicanos que nunca”?

Al principio tenía mis reservas tras leer la nota de prensa. “Jean Gentil” era un haitiano marcado por la mala suerte, que emprendía un viaje de regreso hacia… no sé dónde. Decir “haitiano” en el imaginario dominicano es como ponerse los viejos trajes del prejuicio cuando no del racismo. Lo “haitiano” es el “problema”, la necesidad del exorcismo, etc. Lo “haitiano” potencia lo “dominicano”, la pureza, la blancura, lo heroico y otros abalorios.

Cuando dejamos que “Jean Gentil” corra en la pantalla los zapatos de hierro se van desenliando o diluyendo. Lo primero es el tratamiento fotográfico, los grandes planos de un Santo Domingo siempre contrastante, como si la bachata fuese el yan de la construcción de torres que serían el yin. Lo segundo es la calidad de los diálogos, lo normales que son, y sin embargo, se van acoplando a un paisaje como un rompecabezas perfecto. Lo tercero, la economía de medios. La cámara podría ser deudora del grupo “Dogma” –casi siempre en movimiento- o bien uno podría pensar en “Nostalgia” (1983) del inmenso Andrei Tarkovsky. Los ojos de Guzmán y Cárdenas nos muestran la importancia de la calma interior, permitiendo así que el paisaje disponga de su bondad y que pueda mostrársenos.

“Jean Gentil” es un road movie alejado de las consabidas acciones drásticas. El personaje central traza en su trayecto la búsqueda, encuentros y desencuentros de un ser agobiado por las condiciones del mercado. Bien que participe de un lugar en el espacio –en la historia-, pero no se agota. Los referentes son el Haití que ha dejado, el Santo Domingo que encuentra pero donde no se puede insertar, el capital humano de que dispone pero que no puede aprovechar. ¿Se necesita en el país dominicano un contable haitiano? ¿Qué pasa con el trabajo en la construcción?

El profesor Jean Remy Gentil es un ferviente creyente que está a punto de no serlo en su durísimo camino de Damasco. En su trayecto saldrán a flote elementos que soportan esta sociedad dominicana que a pesar de ser tan multicultural se quiere reducirla a lo “hispánico”. Gentil se encuentra con seres desterritorializados, extrapolados de sus normales órdenes, como si en la isla el ser y estar estuviesen dictaminados por ciertos principios esquizos: con cocolos que trabajan en la construcción o con descendientes de haitianos que quisiera aprender creole para así completar su personalidad.

Presentado en el 2008 el avance de “Jean Gentil” como “obra en proceso” (http://www.youtube.com/watch?v=CeH9p8sWYrM), la primera impresión fue la de un documental más. El personaje monologaba permanentemente, inquiriéndole a Dios por su mala suerte. También se mostraba su esperanza. La tensión se aligeraba, sin embargo, cuando se producían situaciones entre cómicas y absurdas, como la de querer trepar por una mata de coco. Dos años después, el producto esperado fue otro. Parece que en el trabajo de edición Cárdenas y Guzmán prefirieron reducir las palabras a sus mínimas expresiones, dejando que el paisaje hablase por sí mismo.

Y aquí viene la médula de “Jean Gentil”: el rostro adosado al paisaje. El agua –sea la lluvia o el mar- es como un muro por salvar. Los colores tienden a lo oscuro. Atrás ha quedado la dominicanidad de postalita Cándido-Bidó-Guillo-Pérez. Ahora estamos en el país real, donde el agua nos define, nos deshace, es también la tinta en la que nos escribimos. Jean Gentil se inscribe en ese paisaje de la dureza y tanto Laura Amelia como Israel lo persiguen en esas andanzas, como lazarillos postmodernos. Aquí viene la flema de la antropología mexicana: la vida de Jean Gentil es la construcción de hábitat frágiles: la magra habitación de la que es expulsado, las noches que pasa durmiendo en la construcción o la choza que finalmente se agencia, gracias a la solidaridad final de la gente simple que encuentra.

Filmada antes del terremoto del 2010, es decir, mucho antes de que se pusieran en escena los grandes gestos de solidaridad del pueblo dominicano, en “Jean Gentil” ya podíamos ver las identificaciones producidas entre nuestros estratos más menesterosos.

Con “Jean Gentil”, Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas han logrado un cine trans-territorial y exquisito. Me gustaría tener un gong y hacer sonar algo así como si estuviésemos delante de una película que es un pase a la primera fila del cine contemporáneo. O tal vez lo toque y lo repita: “Jean Gentil” es la demostración de que a pesar de las banderías, la Isla de Santo Domingo es una e indivisible. A pesar de las memorias –reales, inventadas o magnificadas-, hay entre Haití y Dominicana un mar interno de sueños, trabajos y esperanzas. También hay rostros-mapas, como el de Jean Remy Gentil

Advierto que no hay final feliz. Tampoco infeliz. No tiene por qué haberlo. Es más: “Jean Gentil” no tiene final. Es como un rostro baconiano convertido en mapa.

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