La negación de lluvias que manifiesta la naturaleza, y no por capricho sino en reacción al trato que recibe de los seres «racionales», constriñe consumos esenciales del líquido imprescindible encendiendo alarmas tan estacionales como las crisis de abastecimiento… y así no se vale. Las causas más formidables de las cíclicas precariedades en el acceso al agua para la diversidad de necesidades de la sociedad son los daños que desde una parte de esa misma sociedad se infligen todo el año a la floresta y a los suelos que atraen y retienen humedad, embestidas codiciosas de larga y desenfrenada data que se manifiesta en cortes de árboles y extracción de materiales, prácticas no sustentables a cargo de entes impunes. A este azote sobre ríos, riberas y montes se suman en ciudades y campos los consumidores que desperdician agua y los órganos de Estado que tardan en corregir fugas por las redes de tuberías a su cargo; al punto que en algunas áreas urbanas es más el líquido que se malgasta que el que se aprovecha.
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Un servicio de primerísima necesidad vive un momento difícil al que contribuye además el cambio climático; el agua debe economizarse asumiendo responsabilidades de proteger sus fuentes permanentemente y sancionando a quienes abusan de la disponibilidad. Los procesos de desertificación en muchos sitios dejan dicho que se trata de un recurso agotable y hasta se pronostican conflictos internacionales por su causa; y ya países bañados por el río Nilo se disputan su caudal.