Ser comedidos en Navidades

Ser comedidos en Navidades

La Navidad, que por definición debería ser tiempo de paz y acercamiento en nombre de la cristiandad, suele ser tomada por una parte de la población para excesos en ingesta de alcohol, fiestas sin horario y el riesgoso comportamiento de gastar más de lo debido. El desborde se hace patente desde que sale a circular el sueldo trece en la Administración Pública y muchas empresas privadas, al tiempo que se amplía la permisividad nocturna para fiestar en un país en el que se suele dar riendas sueltas a consumos que pueden afectar la salud. Pero en la viña del Señor hay de todo.

Una parte importante de la ciudadanía suele abstenerse de desnaturalizar esta tradición fundada en el amor. Sirvan de ejemplo los dominicanos y extranjeros asentados en el país que preferirán el comedimiento y el respeto para evitar que el festejo fraterno se convierta en luto y daños por accidentes causados por imprudencias y de perjuicio a la convivencia por ruidos y excesivo volumen de música; y la agresividad que a veces es impulsada por el consumo etílico. Restemos intensidad al entusiasmo navideño. Ostensibles problemas sociales, políticos e institucionales deben movernos a la reflexión y al comportamiento constructivo al tiempo de celebrar. Además, la vida no tiene precio y es una gran tragedia que por comportamientos irreflexivos y excesos al celebrar en Navidad tengamos más muertos y heridos en el tránsito que en el resto del año.

Agua: riqueza en dispendio

Cierto es que el país necesita una ley estricta en sus disposiciones para tratar el recurso agua como bien que debe economizarse, creando voluminosas y previsoras reservas para resistir sequías cada vez más extensas. Pero ello implica acabar sin contemplaciones con la cultura de consumo irresponsable. El recurso natural de más incierto futuro no puede seguir expuesto a explotaciones dispendiosas y regalado por el Estado hasta a empresas y personas que puedan pagar el servicio de los acueductos.

Las cuencas hidrográficas y las orillas de los ríos están a la buena de Dios. Unas bajo el ejercicio impune de deforesta para producir carbón y exportarlo a Haití. Otras abiertas a la extracción indiscriminada de materiales de construcción que preferiblemente deben proceder de canteras secas para evitar la total desaparición de fuentes fluviales.

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