A menudo las personas en nuestro entorno nos presionan con la idea convencional del éxito: tienes que tener el puesto más alto en la empresa, tienes que ser el mejor en tal o cual deporte, tienes que ganar mucho dinero porque eso es bienestar, tienes que tener una relación larga y muchos hijos, tienes que viajar a New York, tienes que comprarte el carro de lujo, tienes que tener un apartamento, tienes, tienes, tienes…
¿Y qué pasa si nada de eso es lo que quiero? ¿Qué pasa si me siento pleno siendo un empleado? ¿Qué pasa si no me quiero casar ni tener hijos? ¿Qué pasa si, en vez de comprar una yipeta, prefiero una bicicleta? ¿Qué pasa si lo que quiero no es el mismo que lo del resto? ¿Sabes qué pasa? Nada…
Hay dos conceptos de éxito: lo convencional que involucra lo que la sociedad establece como logros, y lo personal que engloba lo que tú como ser independiente consideras necesario para alcanzar la plenitud. A lo mejor no quieres ser presidente ni el mejor doctor del mundo, quizás tu pasión es ser mecánico o ebanista y está bien porque es lo que te llena, es lo que te satisface, es tu concepto de éxito.
Vivimos en constante presión por alcanzar títulos, recursos, bienes, puestos y trofeos que quizás te importen un carajo, pero la inercia del entorno es muy fuerte y, si tienes una personalidad frágil, te empuja hacia el vacío. A lo mejor el jefe gana más que tú, pero la ulcera y el estrés lo tienen vuelto una porquería, mientras te vas a la playa los domingos.
Por cada 10 profesionales al menos siete no trabajan en el área en la que se formaron. Peor aún, la mitad de los que entran a la universidad estatal se retiran o cambian de carrera porque, entre otras razones, no aguantan estudiar algo que no les apasiona. La vocación no es solo para el celibato, todo lo que se hace, si no es con pasión, es como besar con los ojos abiertos.
Todo el que usa las redes sociales puede ver a doctoras dando talleres de danza, arquitectos vendiendo perfumes, contables diseñando para revistas, periodistas armando carros, publicistas cantando música urbana, abogados como entrenadores de zumba, ingenieros siendo estilistas y tecnólogos decorando interiores. Estudiaron una cosa, pero son buenos y aman otras.
¿De qué va todo esto? Es simple, define cuál es tu concepto de éxito y lucha por eso. Ignora las voces que te presionan para que alcances lo convencional si lo que quieres es otra cosa. La sociedad te exige tener el último celular, pero si lo que deseas es comprar una guitarra, ¡házlo! Está muy bien si anhelas ser senador, pero también es genial si lo que quiere es ser su chofer, es tu forma de éxito y qué bueno.
Tampoco te deprimas por no alcanzar alguna meta propuesta; a veces planeamos un futuro que no es el que más conviene, pero las presiones nos tildan de fracasados si no logramos eso. No, fracaso es pasarte 30 años haciendo lo mismo siendo infeliz, aunque tengas todo el dinero del mundo. Es válido cambiar de versión, se permite modificar tus planes, es más, tienes el derecho de hacerlo y nadie, nadie, puede juzgarte por eso.
Somos seres imperfectos, la vida se trata de ensayo y error, aprender de eso es la clave. De millones y millones de espermas fuiste el más fuerte, estás aquí para ser feliz, no para complacer peticiones porque no eres vellonera. Enfoca tus energías en alcanzar la plenitud emocional haciendo solo lo que te apasiona, sea cual sea el oficio.
No siempre gana el que llega primero, a veces el de atrás tiene más éxito porque se venció a sí mismo y alcanzó su plenitud. Ser perdedor es un juicio muy subjetivo del colectivo, no eres mediocre por no ser el número uno porque tu tercer puesto es el primero para el quinto. No te motivo a que seas conformista, jamás, pero sí a que entiendas que cuando no logres un objetivo tienes el chance de ir por otro, quizás mucho mejor. Define tu propio éxito y suelta la presión social, sentirse pleno es la meta.