Comparto este hermoso texto, de Jorge Bucay, porque como hija, hermana, esposa, madre, amiga, quiero que sean FELICES.
Ser feliz es posiblemente el único compromiso obligatorio. Nuestra única obligación en la vida, ser felices, y quizás ayudar a otros a serlo. Pero, ¿cómo podría ayudarte sin antes haber conquistado ese espacio para mí?
Así es que está planteada nuestra obligación, esta obligación que pasa para mí por encontrarle un sentido a tu vida. Si recordamos aquello que decía Viktor Frankl: Una vida sin sentido, no tiene sentido para ser vivida y deberás entonces elegir para que vives. Qué, de todo lo que haces, le da sentido a tu vida. ¿Será siempre una búsqueda? ¿Estarás detrás del placer? ¿Quizás detrás del poder? ¿Creerás que tienes alguna misión en la vida, que alguien te encomendó o te encomendaste? ¿O querrás trascender? ¿Quién sabe? Será tu propia decisión pero debes darle un sentido a esta vida tuya. Aquellos que hemos elegido la Trascendencia, encontramos muchas veces que nuestra relación con nuestros hijos, le da sentido y significado a gran parte de nuestras vidas. Escribí alguna vez, algunos libros dedicados literalmente a mis hijos, a los que eran en ese momento, y a los que iban a llegar a ser algunos años después. En mi último libro, El camino de la felicidad, transcribí una carta que le escribí a mi hija.
Antes de morir, hija mía, quisiera estar seguro de haberte enseñado a disfrutar del amor. A confiar en tus fuerzas, a enfrentar tus miedos, a entusiasmarte con la vida, a pedir ayuda cuando la necesites, a permitir que te consuelen cuando sufras, a tomar tus propias decisiones. Quisiera estar seguro hija mía, de haberte enseñado a Decir o Callar según tu conveniencia, a quedarte con el crédito por tus logros, a superar la adicción, a ser aprobada por los demás, a no absorber las responsabilidades de todos. Quisiera estar seguro hija mía, que aprendiste a ser consciente de tus sentimientos, a no perseguir el aplauso sino tu satisfacción, a dar porque quieres y no porque crees que es tu obligación, a exigir que se te pague adecuadamente por tu trabajo. Antes de morir hija mía, quisiera saber que aceptas tus limitaciones sin enojo, que no impones tu criterio, ni permites que te impongan el de otros, que dices que Sí solo cuando quieres y dices que No sin culpa, que eres capaz de vivir en el presente de no tener expectativas, que aceptas el cambio y que revisas tus creencias, que llenas primero tu copa y solo después la de los demás. Antes de morir, hija mía, quisiera estar seguro de haberte enseñado a planear tu futuro, pero No a vivir en él, a valorar tu intuición, a celebrar la diferencia entre los sexos, a desarrollar relaciones más sanas y de apoyo mutuo, donde la comprensión y el perdón sean prioritarias, antes de morir, hija mía, quisiera saber que aprendiste a aceptarte así como eres, que no miras atrás para ver quienes te siguen, que eres capaz de crecer aprendiendo de los desencuentros y de los fracasos, que te permites reír a carcajadas por la calle sin ninguna razón. Antes de morir, hija mía, quisiera estar seguro de haberte enseñado a no idolatrar a nadie, ni a mí, que soy tu padre, menos.
¡Namaste!