Ser joven hoy. Dedicado a mi  hijo del alma, Alejandro Peña

Ser joven hoy. Dedicado a mi  hijo del alma, Alejandro Peña

Siempre ten presente que:

La piel se arruga, el pelo se vuelve blanco, los días se convierten en años.

Pero lo importante no cambia, tu fuerza y tu convicción no tienen edad.

Tu espíritu es el plumero de cualquier tela de araña, detrás de cada línea de llegada, hay una de partida; detrás de cada logro, hay otro desafío.

Mientras estés vivo, siéntete vivo; si extrañas lo bueno que hacías, vuelve a hacerlo.

No vivas de fotos amarillas, sigue aunque todos esperen que abandones.

No dejes que se oxide el hierro que hay en ti.

Haz que en vez de lástima, te tengan respeto.

Cuando por los años no puedas correr, trota; cuando no puedas trotar, camina; cuando no puedas caminar, usa el bastón. Pero nunca te detengas.

Madre Teresa de Calcuta

El artículo que salió publicado hace varias semanas titulado “Fama de pacotilla” tuvo mucho impacto.  Recibí mensajes a través de las diferentes redes sociales.  Los comentarios fueron muy interesantes. La mayoría apoyaba mi posición y se hacía eco de la crítica hacia la banalización de la sociedad.

Alejandro Peña, ya es un joven abogado que se ha ido abriendo su espacio en el nivel profesional.  A pesar de que lo conocí siendo un mozalbete de apenas 18 años, cuando entró a mis clases de Historia Dominicana, nuestros vínculos se han fortalecido con el paso de los años.  Se considera mi verdadero hijo, nacido del vínculo sagrado maestra-alumno. Siempre me llama. Conversa conmigo de sus aventuras y desventuras, inquietudes sociales e intelectuales.  El sábado que salió publicado el artículo me llamó por teléfono.  Me preguntó “profe, ¿uté ta quillá?”. “¡No, claro que no! ¿Por qué?”,  le respondí. “¡Oh, por ese artículo de hoy!”, fue su respuesta.  “Bueno, le dije, estoy molesta con esta sociedad tan banal y superficial, es todo”.  “Lo que pasa, me dijo, es que usted no conoce cómo piensan los jóvenes. Para mí nada de lo que usted señala me extraña.  Así actúa y piensa la juventud de hoy”.   No le respondí.  Me quedé pensativa.  Después cambiamos el tono de la conversación y nos pusimos al día acerca de nuestras vidas.

La conversación con mi hijo del alma me puso a pensar. Y me entristecí.  Alejandro es el producto de su tiempo.  Cuando lo conocí, joven, impulsivo, con muchas inquietudes intelectuales, me ponía a prueba en cada sesión de clases. Leía de historia, de política y de economía.  Estaba al día de la vida política e intelectual. Buscaba la forma de insertarse en la sociedad para transformarla.  Abogaba por una sociedad más justa, ética y solidaria.  Decía que el cambio debía iniciarse en los partidos políticos.  De alguna manera se acercó a uno de ellos, pero nunca optó por la militancia activa. Participaba activamente en la “Tertulia del patio de Mu-Kien”, un espacio de reflexión con jóvenes que duró varios años, y que servía de plataforma para discutir sobre los grandes temas de la política, la economía y la sociedad.  Cuando terminó su carrera. Siguió estudiando. Primero con una especialidad, y luego con una maestría.  Se insertó en el mundo laboral y cambiaron sus prioridades.  Le ocurrió como sucede a la mayoría de los profesionales jóvenes, que trabajan activamente con el propósito de ganar más dinero y adquirir nuevos bienes.

En ese proceso de reflexión recordé que hace casi 7 años, cuando cumplí mis cincuenta, decidí regalarme una pequeña yipeta, para lo cual tuve que vender mi carro Jetta.  Alejandro sirvió de intermediario para que un amigo suyo, que había sido también mi alumno, lo comprara.  Menos de un año después, mi cliente vendió el carro y se compró un lujoso vehículo nuevo, gracias a que había ganado un litigio en el que figuraba como abogado defensor.  La yipeta que coronó mi medio siglo de vida está todavía en el uso de nuestra familia. Alejandro y su amigo han cambiado varias veces sus  vehículos, cada vez más grandes y lujosos.

La conversación que inspiró este artículo ratifica una vieja creencia:  tenemos una juventud que no sueña. La banalidad los ha arropado tanto, que sus vidas transcurren en la expectativa de trabajar para tener y estar al día en el vehículo de moda, en las marcas que dan distinción, en adquirir los últimos avances tecnológicos, vivir el sexo fácil y sin trabas, e insertarse socialmente para poder ascender y acumular.

Es difícil ser joven hoy.  Mi generación vivió con las ansias de libertad.  Trujillo primero, Balaguer después, convirtieron el secuestro de la palabra en inspiración y motivos suficientes para vivir y luchar.  El mundo se debatía entre los extremos del capitalismo y el socialismo.  Muchos jóvenes vieron, vimos, en la sociedad socialista la panacea de la justicia. El tiempo se ocupó de desenmascarar la verdad.  El socialismo real negó sus propios principios y se autodestruyó.  El capitalismo salió triunfante. El dinero se hizo dueño del mundo. El paradigma social fue el espejismo del progreso en Occidente. El mimetismo civilizador ha sido la herencia de nuestros jóvenes. ¡Qué pena!

Los Alejandro que querían en su tierna juventud conquistar al mundo para transformarlo, han sido conquistados y transformados.  Sus almas inexpertas no pudieron, ni tuvieron el tiempo suficiente para construir un muro de resistencia capaz de detener la embestida de la sociedad.

Como me decía un día mi viejo amigo de juventud y de la vida, Pedro Silverio: parecería que el tiempo no ha transcurrido en mí, pues a pesar de los años, todavía sigo siendo la joven mujer soñadora.

No lo creo.  Yo también he sido y soy víctima de esta sociedad que quiere arrancarnos el pensar y el sentir, para imponernos un estilo de vida hedonista, egoísta e irresponsable. Quizás, a diferencia de los Alejandro, he tenido tiempo para resistir.  La resistencia es un arte tan viejo como la vida.  Mi armadura se ha diseñado con las caricias de un corazón que se resiste a petrificarse.

Ojalá que estas palabras no caigan en el vacío. Ojalá que los jóvenes comprendan mi mensaje, e inicien la tarea de construir sus propios escudos para resistir.

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