Ser niño y pobre en Estados Unidos

<STRONG>Ser niño y pobre en Estados Unidos</STRONG>

BBC Mundo. La comida está siempre en los pensamientos de Kaylie Haywood, una niña estadounidense de 10 años y de su hermano Tyler, de 12.

En un banco de alimentos organizado por entidades de caridad en la ciudad de Stockton, en Iowa, Estados Unidos, los hermanos debaten con su madre acerca de los 15 productos que pueden llevarse. No les queda mucho dinero para gastos extras.

Pero cuando Kaylie pide carne molida, se rechaza su propuesta ya que la habitación de motel en la que vive no tiene nevera. Así que cuando quieren mantener un producto fresco lo meten en un lavadero con hielo. Tampoco tienen un lugar para cocinar.

No es la primera vez que la familia está en dificultades para conseguir comida.

«No hacemos tres comidas al día: desayuno, comida y cena», lamenta Kaylie. «Cuando tengo hambre, me siento triste y decaída».

Vivir en un motel Kaylie y Tyler viven con su madre Barbara, que trabajaba en una fábrica. Tras perder su empleo, comenzó a recibir una subvención del gobierno y cupones que podía intercambiar por comida, lo que hace un total de US$1.480 al mes.

Niños que pasan hambre en Estados Unidos 16,7 millones de niños viven en hogares con «inseguridad alimentaria». Los estados más afectados son el Distrito de Columbia, Oregón, Arizona, Nuevo Mexico y Florida. Los hogares encabezados por madres solteras son más vulnerables al hambre infantil. Fuente: Feeding America

Pero ya no se podían permitir vivir en su casa, ya que tenían que pagar US$1.326 mensuales, lo que les dejaría muy poco para comida y gasolina.

Kaylie ayudaba a aumentar los ingresos familiares recogiendo latas en los alrededores de su antigua casa, en un camino que está al lado de la vía del tren. Por cada lata le daban entre dos y cinco centavos.

Su hermano Tyler también ayudó: «Por cortar el césped de algunas casas me daban US$10. Me gastaba seis en combustible y el resto se lo daba a mi madre para que comprara comida», explica.

En lugar de comprar en el centro comercial, la ropa de Kaylie es de la tienda de la organización benéfica Salvation Army donde, para su vergüenza, las camisetas de US$0,60 están permitidas pero las que cuestan US$2 son «demasiado».

A uno de sus dos perros, Nala, le tuvieron que llevar a la perrera para reducir aún más los gastos.

El alquiler de la habitación de motel en la que viven cuesta en torno a los US$700 mensuales, pero tratar de equilibrar los gastos supone sacrificios.

Tyler dice que hay días buenos y malos: «A veces, cuando tenemos cereales no tenemos leche y los tenemos que comer así, secos; otras veces, tenemos cereales pero no leche».

«En ocasiones, cuando hay un programa de cocina en la televisión, me da más hambre. Quiero meterme en la pantalla y comer la comida», señala.

Uno de cada cinco niños Se cree que unos 47 millones de estadounidenses dependen de bancos de comida.

La familia de Kaylie y Tyler está entre los 47 millones de estadounidenses que se cree que dependen de bancos de comida. Eso significa que uno de cada cinco niños recibe ayuda alimentaria.

En el área donde viven los hermanos, un proveedor, el banco de comida River Bend, ha visto como el número de necesitados ha crecido abruptamente en los últimos tiempos.

«Ha cambiado dramáticamente desde que empezó la recesión. El número de gente que viene ha crecido entre un 30% y un 40%», asegura Caren Laughlin que ha trabajado en bancos de comida en los últimos 30 años.

«Eso no se debe sólo a que la gente ha perdido sus trabajos. Es también porque los empleos que les están sustituyendo están peor pagados. No da para alimentar a la familia», explica.

Pese a que la habitación de motel de Kaylie, Tyler y Barbara está lejos de las casas de sus amigos y es muy pequeña para tres, la mudanza ha hecho su vida más fácil en algunos aspectos.

El padre de los niños no está y aunque la abuela vive cerca y ayuda en lo que puede, la madre tiene muchas dificultades. «Nunca lo he visto tan mal. Conseguir trabajo es muy difìcil», asegura Barbara.

La mujer está haciendo cursos para ser peluquera pero no tiene muchas esperanzas en el futuro.

«He ido al médico… por depresión. Me recetó antidepresivos y Xanax para los ataques de pánico. Ni siquiera sé si podré encontrar un trabajo cuando acabe los cursos, ni si la situación mejorará», lamenta.

Preocupación por el futuro Tyler, de 10 años, hace algunos trabajos para ayudar a su madre a comprar comida.

En febrero, el presidente Barack Obama, aseguró en el discurso del Estado de la Unión que subiría el salario mínimo a US$9 la hora.

«Esa medida incrementaría los ingresos de millones de familias trabajadoras. Podría significar la diferencia entre depender de la caridad para la comida e ir a una tienda a comprar su comida; entre pagar un alquiler o sufrir un desahucio; entre no llegar a fin de mes o salir adelante», afirmó el presidente entonces.

Pero familias como la de Barbara, en la que los padres perdieron sus trabajos y los hijos pasan hambre, siguen preocupando a los bancos de comida.

Según Laughlin, muchas personas no saben dónde buscar ayuda y a otras les da vergüenza pedirla. «Mucha de la gente que viene nunca imaginó que acabaría en esta situación», señala.

Estos problemas se reflejan en todo EE.UU., según la organización no gubernamental Feeding America (Alimentando a América) que gestiona 200 bancos de comida y ayuda a 37 millones de personas cada año, entre las que están 14 millones de niños.

Según la organización, cerca de 17 millones de niños estadounidenses viven en hogares donde no se puede asegurar el consumo de comida saludable.

Para algunas familias, la comida barata y fácil de preparar puede significar algunas elecciones poco saludables como la pizza, que incrementa la probabilidad de obesidad y problemas de salud en el futuro.

En algunas zonas, las escuelas participan en un programa denominado «mochila» por el que se reparten paquetes de comida a los niños más vulnerables los viernes para que tengan qué comer el fin de semana.

«Los niños se concentran mejor así», explica Laughlin. «Si estás preocupado por lo que vas a comer cuando llegues a casa, vas a estar pensando en eso y no en lo que está en la pizarra».

Por la mente de Kaylie también pasan los estudios. Y es que, últimamente, la niña de 12 años no está yendo al colegio ante el destino incierto de la familia.

En los últimos tiempos, su familia dejó un motel y se fue un breve periodo a una casa. Apenas podían pagar el alquiler y tuvieron que mudarse de nuevo cuando la abuela no pudo seguir ayudándoles. Desde entonces, se han quedado en tres moteles más, lo que impide que Kaylie se inscriba a un colegio.

Ahora las esperanzas de Barbara están en conseguir un trailer para establecerse mientras que, para Kaylie, volver a la escuela es vital.

«Realmente quiero ir a la escuela. Si no tienes educación, no tienes dinero, ni consigues un buen trabajo y acabas durmiendo donde tu mamá». «Te acaban echando de tu casa por no poder pagar la renta y terminas sin casa y sin comida».

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