Ser o no ser un país

Ser o no ser un país

Rafael Calderón, el locuaz secretario de Finanzas, defendió ayer con su peculiar vehemencia la forma en que el presidente Mejía ha plantado cara a la crisis que acogota al país, la más terrible que recuerde nuestra azarosa historia de calamidades económicas, y hasta se atrevió a decir que de no haber sido por el presidente Mejía y su correcto manejo de la situación «aquí no habría país». [tend]Pero Calderón olvida, a pesar de su formación académica, que antes de que la actual administración se hiciera cargo de la cosa pública, como se decía antes, ya existía una media isla que gracias a la terquedad de sus habitantes sigue mereciendo que se le llame país, muy a pesar de todas las desgracias a las que la han expuesto quienes la han gobernado desde aquella revuelta noche de febrero de 1844. Hubo y habrá República Dominicana, licenciado Calderón, a pesar de Santana y la ruindad de su espada despótica, de Buenaventura Báez y sus desmanes anexionistas, de Rafael Leónidas Trujillo y su larga dictadura de 31 años, y a pesar, también, de las dos invasiones norteamericanas que han mancillado nuestro suelo, la última con el respaldo de 42 mil pares de intrusas botas.

[b]Una sugerencia[/b]

A propósito de categorizaciones, que en el caso de los colegios privados ha provocado las protestas de los que se han sentido injustamente tratados en esa evaluación, sería bueno sugerirle a la Secretaría de Estado de Educación Superior, que preside el veterano educador Andrés Reyes, que de a conocer a la opinión pública los resultados de las evaluaciones que hace a las universidades e instituciones de educación superior, 37 en total, que tenemos en el país. Sería una excelente manera de transparentar, para usar el verbo de moda, esas evaluaciones, pero mas que nada de permitir a quienes eventualmente puedan interesarse en cursar alguna carrera universitaria saber qué opciones tiene y cuál centro de estudios le garantiza una mejor formación profesional. Dejamos la idea en el aire, a la mejor consideración de nuestras autoridades, confiados en que las dificultades surgidas con los colegios no serán un obstáculo para emprender iniciativas que podrían resultar de gran provecho para la buena marcha de nuestra educación superior.

[b]Preguntas[/b]

¿Necesita la Junta Central Electoral que una tal Comisión de Seguimiento, surgida del Diálogo Nacional, le sirva de garante para que los partidos políticos, así como el resto de la sociedad, pueda creer en la imparcialidad del organismo llamado a ser el árbitro que organice las elecciones presidenciales del año próximo? ¿Hasta cuándo la secular debilidad de nuestras instituciones nos obligará a crear supraorganismos, al margen de nuestro ordenamiento jurídico, destinados mas que nada a suplir las insuficiencias de instituciones que deberían ser capaces de cumplir el rol para el cual fueron creadas? ¿Llegará alguna vez el día en que podamos prescindir de la mano componedora de monseñor Agripino Collado, nuestro llevado y traído mediador, a quien no damos un momento de respiro abrumándolo con nuestras estériles querellas? Lo que ha venido ocurriendo en el tribunal de elecciones, sobre todo en las últimas horas, le da la razón a quienes piensan que, en materia de institucionalidad, siempre necesitaremos que nos lleven de la mano. Por eso resulta inevitable que nos sigamos haciendo la pregunta: ¿hasta cuándo?

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