Ser uno mismo

Ser uno mismo

JOTTIN CURY HIJO
Tanto los objetos como los acontecimientos se observan mejor  a partir de cierta distancia, esto es, cuando nos encontramos algo apartados de los mismos. Lo antes apuntado viene a colación en razón de que un amigo, fervoroso militante de una de las agrupaciones tradicionales, se quejaba amargamente del estancamiento en el liderazgo político dominicano. No se explicaba por qué determinados dirigentes, a pesar de estar durante años gravitando en la vida pública de nuestro país, actualmente se encuentran rezagados.

El tema me movió a reflexión, razón por la cual ensayo a través de este espacio una explicación. Luego de la desaparición de los tres grandes líderes políticos del siglo que acaba de finalizar, cuyas personalidades fortalecieron e impulsaron sus respectivas organizaciones, entramos en una etapa de relevo que todavía no se ha definido. En efecto, en estos momentos no se avizora en nuestro panorama ninguna figura política, con excepción de Leonel Fernández, que pueda levantar la antorcha de los desaparecidos caudillos y emerger con luz propia para cautivar el voto de un electorado cada vez más desorientado.

Importantes personalidades de la oposición, que hace algunos años se proyectaban con grandes posibilidades, se han ido apagando lentamente como la llama de una vela. Han tratado infructuosamente de confundirse con la figura y los ideales de sus extintos jefes, creyendo así que la población los asimilará con mayor facilidad. Craso error, toda vez que ignoran que la vida es movimiento, que sin cambio no hay avance y que se ha demostrado siempre que nada permanece estático.

Una vez transcurrido cierto tiempo de la muerte del líder, sus adeptos buscan una figura nueva con su propia personalidad, ideas  y condiciones que puedan conducirlos al poder. El voto sentimental únicamente funciona en particulares circunstancias, como ocurrió en el 1998 y 2000, momentos en que reinaba gran desencanto con un PLD que gobernaba por primera vez  y con un PRSC desgastado. Fue en esa especial coyuntura, que el fallecimiento de Peña Gómez abonó las victorias consecutivas de un PRD, que a la vuelta de seis años se encargó de demostrarle a  propios y extraños lo trágico que puede resultar guiarse por emociones y nostalgia.

Pero al margen de acontecimientos especiales como el antes indicado, lo cierto es que apoyarse en la imagen e  ideales  de nuestros grandes difuntos no resulta rentable desde el punto de vista político. Con esto no estoy diciendo que no debamos rendirle tributo a quienes nos han precedido en el camino de la vida, sobre todo si se trata de figuras ilustres, porque tal como decía Marti «honrar honra», sino que es fundamental desarrollarse sobre la base de cualidades propias y no ajenas.

El que intenta labrarse un liderazgo con muletillas, recurriendo excesivamente al pensamiento y obra de otro, sencillamente está condenado al fracaso. Y ese es uno de los méritos de Leonel Fernández, haberse impuesto sobre la base de su talento y personalidad, sin descansar en los incuestionables méritos del fundador de su partido. Es el único político de esta generación de relevo que está consciente del valor que representa ser uno mismo: con sus virtudes y defectos.

Mientras otros dirigentes de su generación no aprendan a calcular la distancia que debe mediar entre reconocer a sus predecesores y afincarse en ellos, no podrán desarrollar un liderazgo vigoroso como los que lo han hecho a partir de  su propia personalidad y criterios.

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