Ser y tener

Ser y tener

Por Domingo de los Santos
Es frecuente escuchar en los diversos círculos sociales una expresión que aunque paradójica y falsa parece ir ganando terreno en la cultura actual. Nos referimos a la frase «el que nada tiene, nada vale», manifestación espontánea en muchos casos, pero que encierra toda una concepción de la vida, del mundo y del ser en sentido general, por muy ingenua que parezca.

El valor intrínseco de la persona está directamente relacionado con el ser mismo que la sostiene. Ser, esencia, hace referencia a aquella cualidad que hace que algo sea eso y no otra cosa. El ser entonces da la particularidad, la individualidad con que se manifiesta en la existencia cualquier ente, es decir, en cada caso el ser hace la diferencia de la otra cosa. De modo que el ser es connatural, propio, interior a la realidad a la que hace referencia. El concepto tener manifestará aquella posesión exterior – al menos en sentido propiamente material-, accidental, no connatural, estado de apropiación de algunos elementos del ambiente externo.

Es preciso señalar que cuando hacemos alusión a la frase citada anteriormente de que el que no tiene no vale, no se está haciendo un análisis filosófico antropológico de los conceptos ser y tener. Aquí tener hace referencia a cosas materiales, sobre todo, el dinero y la persona que no lo posea y con él muchos bienes, es como si no tuviera valor, como dirían algunos, un cero a la izquierda. De aquí que para muchos la manifestación exterior apoyada en un cúmulo de bienes es la representación más idónea de progreso, bienestar y felicidad. Ya esto es un motivo para levantarlo como estandarte y paradigma de multitudes. Otros en, cambio, que aún no siendo favorecidos por la fortuna económica guardan en sí mismos los maravillosos tesoros imperecederos de lo justo, bueno y verdadero pasan, en mayoría de los casos, desapercibidos y sus nombres solo quedan grabados en los epitafios de sus tumbas.

La concepción que antepone el tener al ser, está motivada por una visión reducida de la existencia que la acorrala con los lazos del consumismo, empequeñeciéndola y llevándola por una carrera sin frenos marcada por una competencia tenaz y dirigida por una publicidad arropante, hinoptizadora, donde la fuerza de voluntad se debilita y el yo consumista se engrandece, rindiéndole extasiado culto. Las maravillas tecnológicas publicitarias crean en el ser humano necesidades infinitas, insuperables y originan, al mismo tiempo, una necesaria dependencia del tener.

Muchos viven un eterno complejo ya sea de inferioridad o de superioridad, dependiendo del nivel económico en que se encuentre. Entonces el valor de una persona y su dignidad depende de la casa, carro, joyas, cuentas, etc. Muchos viven en una eterna agonía creada por este complejo, pues no miran su realidad, sino la realidad del otro, lo que lo lleva a una competencia desigual. La preocupación del tener le lleva a negar el valor del ser. Otros, en cambio, padecen el complejo inverso, se consideran súper, pues como han invertido los términos ser y tener se consideran el centro de atención, los que más valen, por la razón de que ostentan en su haber los dones de la fortuna.

Vivimos en la época del consumo. La visión del tener exige consumir muchas cosas, mientras más, mejor, sin importar la necesidad, factibilidad o beneficio del ser humano. El consumismo alcanza niveles patológicos, en muchos es un síndrome que hace mantener alerta los sentidos y las cuentas para todo tipo de novedades que irrumpan en el quehacer social. Es un fenómeno mundial pero que depende mucho de la postura individual que cada uno asuma. En este caso como en la mayoría de las situaciones de la vida hace falta ser críticos, analíticos para determinar lo justo y conveniente y hacer la separación entre la ficción y la realidad.

Es necesario recalcar que la postura de anteponer el tener al ser, conlleva una postura utilitarista, objetivista y reduccionista del otro. Los demás tienden a ser vistos como objetos mercantiles que se utilizan, manipulándose sus sentimientos, haciéndolo parte de una maquinaria donde el otro no es más que un eslabón en la producción, un número más, un objeto más.

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