¿Será mediocridad espiritual?

¿Será mediocridad espiritual?

Como siempre he dicho, la ingratitud no solo puede provenir de las personas directamente, como padres e hijos, hermanos, tíos y sobrinos o amigos, entre otros muchos casos, sino que también puede provenir de la sociedad en su conjunto o del Estado mismo. Se dice que existen pueblos malagradecidos; pero, a qué nos referimos con esto? A aquella conducta que no reconoce ningún valor al esfuerzo o trabajo de otros para procurarle un beneficio. Nos referimos a personas de muy corta memoria que dicen merecérselo todo y que no están dispuestos a dar nada. Estas personas creen que los otros (sus padres, el partido y el Estado) son responsables de él; pero, él no es responsable de nada ni de nadie.
Y esto lo vemos en nuestro diario vivir. Porque por nuestra vida pasan muchas personas, que van y que vienen. Personas que hacen de todo, y otras que no hacen nada, ni por ellas mismas ni por nadie. Hay tantos tipos de personas en el mundo; tan diferentes y a la vez tan semejantes…
Si bien no se debe dar para recibir a cambio otra cosa, es injusto que quien recibe no retribuya de algún modo, en la medida de sus posibilidades: con un “gracias” sincero, un gesto cariñoso, una palabra, un acompañamiento en los momentos difíciles, etcétera. Como dicen, seguir dando a quien desprecia lo recibido, es incentivar su egoísmo. Filósofos como Descartes han considerado la ingratitud un vicio, propio de las personas impías y arrogantes, y también de los ignorantes y necios.
El que es ingrato se caracteriza por ignorar o pretender ignorar el bien que le hacen los demás. No valora lo que se da o se le ha brindado, y desprecia a su benefactor, con una actitud egoísta y soberbia. Está tan acostumbrado a obtener siempre lo mejor para sí que no le es nada fácil reconocer los méritos ajenos. Los favores que recibe, lejos de inspirarle agradecimiento, le inspiran rencor.
Lo más sorprendente, es que la persona ingrata y malagradecida es el resultado de un sistema cultural que premia y refuerza el desprecio por el trabajo y/o el sacrificio. Se les enseñó a pensar que otros proveerán lo que él se merece. El malagradecido se hace, porque se les educa para recibir sin dar nada a cambio. Reciben sin que nadie exija, sin haber obtenido los méritos para adquirirlo. Pero esto ocurre cuando existe alguien (padres, Estado) dispuesto a dar para quitarse de encima un problema mayor; donde no recibir es quizás el problema menor.
Es por esto, que la ingratitud puede provenir también de una especie de descuido, de mediocridad espiritual. E incluso en este caso, no deja de ser triste porque produce desconsuelo en aquellos que se esmeran por hacernos el bien sin obtener nunca la más mínima voz de aliento ni el más minino signo de agradecimiento por parte nuestra.

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