¿Será Sudán otro Irak?

¿Será Sudán otro Irak?

POR SULLY SANEAUX
En estos días, aunque bastante relegado en las informaciones, va surgiendo lo que aparece como otro punto de conflicto. Esta vez en Sudán, un país enorme (más de 2.5 millones de kilómetros cuadrados de extensión) y cuyas fronteras cubren a otros nueve países, entre los cuales Chad, Etiopía, Egipto, el Congo y al Mar Rojo.

La importancia que va tomando en los medios el Sudán, coincide con una avanzada campaña electoral en los Estados Unidos. De ahí a deducir que la relación entre ambos hechos sea automática, hay un corto paso que muchos no vacilan en cruzar.

Sin embargo, la muy conflictiva potencialidad de ese lejano punto africano, hace que tal relación no sea tan obvia. En efecto, Sudán está en África y la mayoría de su población es negra (52%), pero tiene además una porción considerable de árabes (39%). Y como su religión es mayoritariamente musulmana y de hecho su gobierno es, como dice el Almanaque Mundial de la CIA, «una mezcla de la elite militar y un partido islamista, llegados al poder en 1989 mediante un golpe de estado», nada más hay que figurarse las implicaciones de una intervención militar unilateral norteamericana en ese país.

Porque en efecto, de eso se habla desde que el Secretario de Estado norteamericano, Colin Powell girara una visita a ese país en el pasado mes de junio y más recientemente, desde el que Congreso de Estados Unidos votara una resolución el pasado 22 de julio, denunciando el «genocidio que tiene lugar en Dafur, Sudán» y abriendo la posibilidad de esa intervención. El propio presidente Bush, dirigiéndose a un auditorio afroamericano de la Liga Nacional Interurbana, reunido en la ciudad de Detroit, dejó abierta esa posibilidad, si las autoridades sudanesas no obtemperan a los llamados norteamericano y de la ONU.

Como se recuerda, en los años 90, el agravamiento de las tensiones étnicas en Ruanda, entre Hutus y Tutsis, culmino en la matanza de más de 800, 000 Tutsis y Hutus que se oponían a la misma. En 1994, los rebeldes Tutsis pusieron fin al régimen Hutu promotor del genocidio y de paso a las matanzas. Mientras esto ocurrió, la «comunidad internacional», con su marcada tendencia al eurocentrismo, estaba ocupada en otros asuntos, sobre todo en los Balcanes y poco o prácticamente nada hizo por las víctimas africanas de ese genocidio. Luego vinieron las excusas.

Pero veamos de qué se trata. Sudán ha estado viviendo en constante conflictos en los últimos 20 años, los más antiguos entre el norte islámico y mayoritario (70%) de la población y la pequeña minoría cristiana ubicada fundamentalmente en los alrededores de la capital, Jartum y en el sur, cerca de la frontera con Eritrea, país al que acusa de colusión con los rebeldes. O sea, que, como suele ocurrir en todos esos conflictos de la región, son extraterritoriales e involucran a más de un país. Esto así, porque desde el momento que una tribu es parte de un conflicto dado hay internacionalización, toda vez que las tribus suelen cubrir territorios de más de un país. Recordar que la racionalidad de la división territorial de África, como de otras regiones que estuvieron bajo el dominio de los grandes imperios europeos (sobre todo, Inglaterra y Francia) obedecía a razones de control político militar, no a una lógica étnica y mucho menos tribal.

Los problemas que ahora aquejan a ese país y que despiertan finalmente la atención, tienen que ver con la región de Darfur, donde publicaciones como la muy respetada Christian Science Monitor prevé la muerte de un millón de personas si no se produce una acción de la «comunidad internacional». Por el momento, ya han muerto 30 mil personas y un millón de personas han sido desplazadas, sobre todo hacia el Chad.

Las hostilidades estallaron en febrero del 2003, cuando rebeldes de un grupo denominado Ejército de Liberación del Sudán, compuesto por miembros de tribus africanas, quienes alegan que el régimen, dominado por árabes les ha oprimido por décadas, se apoderó de una ciudad de la región de Darfur, en el sur. Al mismo tiempo, probablemente alentados por el gobierno, grupos nómadas árabes se internaron en tierras de pastoreo tradicionalmente tenidas por estas tribus africanas.

La respuesta del gobierno no se hizo esperar y, a través, de milicias árabes, llamadas Janjaweed (caballeros), desencadenó una brutal represión que afecta esencialmente a las poblaciones locales y en mucho menor medida a los grupos insurgentes. De paso, el régimen sudanés acusa al gobierno de Eritrea de respaldar el movimiento insurgente. La ONU señala a esas milicias de librarse a una operación de limpieza étnica contra los negros africanos. A la vez, junto a Estados Unidos, Francia e Inglaterra, exige que el gobierno desarme a esas milicias, calificadas de «incontrolables» por las autoridades. Para tratar de poner fin a las presiones internacionales, el régimen ha aceptado el principio de un referendo sobre independencia o secesión de la región de Darfur.

Según un etnólogo francés, Roland Marchal, el conflicto no es simplemente resultado de una situación en blanco y negro. Y explica que «una fuerte sequía en los años 70, desencadenó un proceso migratorio de pastores hacia las tierras fértiles, exacerbando los conflictos entre campesinos sedentarios (tribus negro africanas) y grupos nómadas (pastores de origen árabe)». Quizás.

Esa dinámica local sirve sin embargo para explicar el origen del conflicto, no sus “efectos colaterales». En efecto, lo que cuenta ahora es que un país esencialmente musulmán es sacudido por una guerra larvada que está costando miles de vidas y los únicos que pueden intervenir para ponerle fin son las potencias mejor conocidas como «comunidad internacional». Esos países, en menor o mayor medida están fuertemente involucrados en un combate contra un nuevo tipo de terrorismo que se origina esencialmente en medios islámicos. Así, si pese a una resolución de la ONU, el gobierno de Sudán no logra controlar a sus «incontrolables», vendrá el momento de las sanciones que, como se sabe, cuando son ejercidas contra países cuyos gobiernos no respetan las reglas democráticas, afectan dolorosamente a las poblaciones civiles.

Un programa de sanciones puede incluso agravar las tensiones inter étnicas y conducir a lo que muchos analistas consideran seria el comienzo de otra pesadilla: una intervención, probablemente unilateral de la coalición anglo-americana en otro país musulmán. Pero esa es la peor de las hipótesis. Queda la otra y es que una vez pasadas las elecciones norteamericanas se atemperen los ánimos, ya sea porque las presiones ejercidas a través de la ONU rindan algún fruto, porque se produzca un cambio de gobierno en los Estados Unidos o, finalmente, porque si los Republicanos logran mantener el control de la Casa Blanca, por la fuerza de los hechos en otros puntos del planeta, se modifique el orden de sus prioridades en política exterior.

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