FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Hace muchísimos años, recorriendo las calles de Manhattan en compañía de mi hermano mayor, leí por primera vez la palabra inglesa serendipity. Era un letrero en una tienda de objetos de arte y utensilios para decoración de interiores. Tres cuadras mas adelante volví a leer, en otro establecimiento, el misterioso vocablo: serendipity. Al llegar el medio día fuimos a almorzar en un restaurante italiano frecuentado por dominicanos residentes en Nueva York. Ocupamos una mesa junto a una amplia ventana desde la que podía verse un buen pedazo de una calle trasera.
A poca distancia, en letras de neón intermitentes, apareció de nuevo: serendipity. Pregunté: ¿Qué quiere decir serendipity? Me dijeron entonces que el vocablo sugería algo inesperado, sorpresivo, fuera de lo común; que arquitectos y decoradores recomendaban buscar piezas originales, chocantes o curiosas, para adornar salones, bibliotecas, dormitorios; que en esos lugares había disponibles orlas modélicas para toda clase de arreglos domésticos. A juicio de los decoradores, tanto los inquilinos de buen gusto como lo propietarios de apartamentos están en el deber de visitar tiendas de antigüedades y encontrar en ellas, repentinamente, algún objeto maravilloso de cuya existencia el potencial comprador no tuviese la menor noticia.
Al parecer, el propósito de esta exhortación es provocar en nosotros iluminaciones repentinas, visiones inesperadas, que disparen impulsos creativos que nos ayuden a descubrir mundos desconocidos. Años después, oí a un sociólogo dominicano explicar que el cerebro del hombre tiene ciertas teclas responsables de la inventiva creadora. Un investigador norteamericano, asociado a la Universidad de Harvard, llegó a la conclusión de que el tejido nervioso contenía patrones de creatividad que funcionaban de manera inconsciente. Desde entonces se habla, con docta entonación, de serendipity patterns en el ámbito de la psicología y no solo para tratar asuntos decorativos. Hace poco tiempo fue acuñado el neologismo serenditipia, esto es, la facultad de hacer hallazgos tan felices como imprevistos. Es claro que estos hallazgos pueden ser intelectuales, artísticos, científicos; o consistir en concretas innovaciones para resolver problemas prácticos. Encontrar algo insólito en una tienda es una simple derivación del sentido original de la palabra.
El ganador del Premio Espasa Ensayo en 1999, Antonio Escohotado, trae en una nota de su libro premiado esta información: Serendip es el nombre de una isla mencionada por Horacio Walpole en un relato de 1754, cuyos habitantes suelen descubrir cosas no buscadas gracias a buena suerte y sagacidad. El cuento de Walpole se titula Los tres príncipes de Serendip. En el Websters Enciclopedic Unabridge Dictionary of the English Language está registrado Serendip como antiguo nombre de Ceylan. Hay personas en todo el mundo capaces de residir en esa hipotética isla durante ciertos momentos de su existencia. Son aquellos que, desembarazados de las presiones de las rutinas de cada día, dan un brinco mental y salen por una puerta no prevista. Poetas, escritores, músicos, por lo general están dotados de inflamada serenditipia. Suelen rodar en libertad por la montaña rusa de la sensibilidad intuitiva. Los artistas dejan filtrar a través de sus almas los sueños más descabellados. Un gran invento es, casi siempre, un sueño podado por la comprobación empírica y modificado con remiendos de la vigilia.
La estereotipia es el arte de grabar en metales imágenes de distintas densidades. En la época de la llamada impresión directa, los viejos tipógrafos insertaban las láminas de estereotipia en los marcos que sujetaban los moldes. Estas láminas se clavaban sobre trozos de madera para ponerlos a la misma altura que el resto de las formas matrices. Las planchas de estereotipia son rígidas. Por eso se dice que repetir una frase, una fórmula, un gesto, son comportamientos estereotipados. El clisé reproduce indefinidamente la misma imagen… sin cambio alguno. Hay personas -también en todo el mundo- que se deslizan en cada ocasión hacia el lugar común. Los caminos trillados y familiares contribuyen a darles seguridad. Temen las novedades como el diablo a la cruz, no gustan de las expresiones infrecuentes, ni de los pensamientos que se aparten de la ortodoxia. Son almas de formato standard, refractarias al cambio, sea este social, político, artístico o intelectual. Es posible que en esta clase de personas se vaya atrofiando poco a poco la serenditipia. Para saberlo a ciencia cierta es necesario consultar con los expertos de la joven disciplina que llaman sociobiología. La serenditipia nos lleva a la creación de lo nuevo; la estereotipia intelectual nos empuja a recaer en lo consabido, a perpetuar los caracteres, como dicen los antropólogos. La cuestión a dilucidar es si la conducta humana y la historia social influyen sobre lo orgánico: en los genes, en la herencia; si el ambiente y la cultura modifican el código genético. ¿Tienen algún papel los sentimientos y comportamientos en la evolución de las especies? ¿Hay interacción entre la historia y la naturaleza? Para resolver estos enigmas no tendremos mas remedio que cultivar y aguzar la serenditipia.