Vivimos en un mundo indiscutiblemente global que, desvestido de aquellas falacias hegemónicas disfrazadas de “aldea global”, “fin de la historia”, etc., nos presenta un escenario donde se hace más evidente que el desarrollo socio-económico es la mejor garantía para la paz, la estabilidad y la gobernabilidad democrática. En ese proceso de mundialización el servicio exterior de las naciones se ve en la necesidad de ir transformando su razón de ser. De hecho, la diplomacia y los servicios diplomáticos de que se han dotado los países en los últimos decenios provienen de una larga historia de cientos de años. Concebidos inicialmente para facilitar la comunicación entre Estados, canalizar necesidades de negociación y promover escenarios de paz.
Tradicionalmente las definiciones de diplomacia se han centrado en destacarla como vehículo para conducir relaciones entre estados, generando buena voluntad, estrechando vínculos – especialmente políticos y de seguridad – y conseguir información que permita al gobierno representado estar al día sobre posiciones e intereses del anfitrión. No pocas veces se “procuraba” información no accesible públicamente – lo que se le llamaba “espionaje” y hoy “trabajo de inteligencia” -. No nos confundamos, todo diplomático debe identificar información de interés para su país siempre que provenga de fuentes abiertas para no traspasar la ley. En verdad, hoy, la información disponible rebasa siempre la capacidad de análisis de cualquier funcionario. Buena información le permite al diplomático y a su país entender adecuadamente las posiciones que proyecta el gobierno en cuestión.
Todas esas funciones, en esencia, siguen siendo válidas y forman parte de los objetivos del servicio exterior pero ahora, además, los agentes del servicio exterior tienen sobre sus espaldas buena parte de las potencialidades del desarrollo económico de su país, trabajando, día y noche, para visualizar oportunidades de negocios entre ambos países. Es, a su vez, la mejor forma de contribuir a un nivel óptimo de buenas relaciones en beneficio de los respectivos pueblos.
La República Dominicana ha oficializado las relaciones diplomáticas con cerca de 150 países – pendiente un 25% de otras naciones con las cuales establecer vínculos oficiales – con embajadas en 45 de ellos. Como ocurre en las naciones con cancillerías muy desarrolladas – las hay en muchos países llamados en desarrollo – es de suponer que esa distribución responda a un análisis efectuado, o pendiente, del posible impacto económico que se espera tenga esa Misión Diplomática en el desarrollo del país: posibilidades de incrementar el intercambio comercial, aumentar – o crear – un flujo de turistas, identificar posibles inversionistas que puedan visitar el país o reunirse en el suyo mismo para recibir una visita especializada del CEI. Ver las posibilidades de un BUEN y EFECTIVO Tratado de Libre Comercio.
Para eso hay que contar con funcionarios bien entrenados, profesionalizados, empezando por los embajadores. En Ecuador, y otros, por ley, el 80% de los embajadores tienen que ser de carrera. El diplomático tiene que ser un profesional versátil bien capacitado para sus funciones. Solo así se puede asegurar que la gestión en el exterior impacte el desarrollo del interior.