No hay dudas de que la época en que el servicio exterior era para que ocupasen posiciones personajes encumbrados de sus sociedades, generalmente procedentes de las elites sociales de las mismas, que iban a ocupar cargos diplomáticos como expresión de privilegios que le permitían disfrutar de periodos bien remunerados, prácticamente de ocios, sin muchas responsabilidades y menos oficios. El principal quehacer era asistir a recepciones y demás actividades sociales propias de la vida diplomática, donde los embajadores exhibían su condición de representantes extraordinarios y plenipotenciarios.
En los países desarrollados ello generalmente era óbice para que sus diplomáticos se tomasen muy en serio eso de plenos poderes y a través de la coacción, la amenaza y el chantaje, en no pocas ocasiones, pretendiesen obtener para sus economías jugosos contratos, ventajas comerciales y otros privilegios. En el mundo de hoy esas posiciones seguimos viéndola pero en verdad se ha ido reduciendo el espacio, y los países receptivos a las imposiciones, la situación ha cambiado mucho.
No menos cierto es el hecho de que en esta era llamada de la globalización y emergencia de nuevas amenazas, el tema del desarrollo de nuestros países deviene en un aspecto crucial para la seguridad nacional. Economías prósperas, capaces de aprovechar las ventajas abiertas en el escenario económico internacional, logran crecer y que ese crecimiento tenga un impacto real en el nivel de desarrollo, entendiendo como tal el bienestar social y la elevación del nivel de vida con alta reducción de la pobreza. Ese objetivo tiene que ser asumido por todos los estratos de la sociedad con gobiernos que realmente tomen conciencia de la pertinencia de introducir todas aquellas medidas y regulaciones que permitan elevar los niveles de competitividad de los sectores productivos nacionales e involucrarse de manera consciente y responsable en acuerdos comerciales que potencien los bienes nacionales en los mercados internacionales. También el sector empresarial tiene que pensar responsablemente en el interés nacional, enfocándose en ser cada vez más eficiente, invirtiendo en la dirección que el país, requiere de acuerdo con las exigencias del comercio internacional, y preocuparse cada vez menos por los mecanismos de protección.
Nuestros países no pueden darse el lujo de pagar un servicio exterior clientelista y vacacionista y por el contrario contar con un cuerpo de profesionales que tengan un plan de trabajo real y efectivo, como varios de los integrantes de nuestro servicio exterior lo tienen, que los hay – incluso a veces sin que se lo hayan definido centralmente -. El país está urgido de que todos y cada uno de los componentes del servicio exterior se conviertan en verdaderos promotores de la economía nacional para incentivar las exportaciones, la captación de inversiones y al país como destino turístico. Cuando esos objetivos se convierten en factor estratégico de la política exterior, el cuerpo diplomático se convierte en un factor de desarrollo. El país está urgido de embajadores y cónsules con mentalidad de gestores económicos, y no de turistas oficiales.