Servicio Tulio, hijo de Armando

Servicio Tulio, hijo de Armando

JOSÉ ANTONIO NÚÑEZ FERNÁNDEZ
El título hace referencia a un padre y a un hijo. Fui amigo entrañable de los dos. El hijo tenía por nombre Servio Tulio Almánzar Frías y el padre se llamaba Armando Almánzar Veras. Fue el hijo abogado de muchos códigos y de justas leyes. El padre era periodista de fuste y gramático bastante puntilloso, seguidor de los canones de la Academia.

El padre en 1930, en una tribuna mocana, gritó que no podía ser ¡por ladrón de vacas! Y entonces, contra él, las fustas de los uniformados esbirros comisariales del brigadier de San Cristóbal entonaron la danza agresiva de los «bloodys knuts».

El hijo creció conociendo esa historia. Y a orgullo tenía que en 1931, en Moca, cuando en una yagua, en la calle, tiraron el cadáver del general Cipriano Bencosme, su padre a la cabeza de un grupo que no pasaba de ocho, recogió al difunto asesinado en El Mogote, lo llevó al cementerio y Armando Almánzar, atrevidamente, pronunció el panegírico.

Los ejemplos del padre abonaron el carácter del hijo y dieron, además, aliento y pábulo a la ingente rebeldía del vástago.

Servio Tulio Almánzar Frías fue poeta. El llevaba en el alma tatuadas las huellas de los golpes recibidos en las contiendas rudas. ¡Golpes anímicos, golpes morales, golpes espirituales! El gozaba cuando yo le decía: «Es el poeta un redentor que canta y cuando la luz en él palpita, debe decirle a Lázaro ¡levántate! Y al derecho ¡Resucita!». Y también: «Es el poeta altanero quien debe romper el yugo, siempre al cantar Víctor Hugo temblaba Napoleón Tercero». El me contestaba «Si Antonio, así es. El poeta se llama vate. El vate es el que adivina el futuro».

El jueves, 7 de julio, Servio Tulio, el hijo de Armando, comenzó a pisar sobre las huellas del padre en el obligado camino de retorno hacia lo ignoto. Setenta y cuatro años había vivido, pero para morir, en el mismo instante de nacer ya se es viejo. Por más que se viva, frente al tiempo que es eterno… somos pasajeras sombras. Es ley suprema e inviolable, por dictado de lo arcano salimos de la nada y comenzamos a ser. Somos y más hacia adelante dejamos de ser. Y retornamos al punto de partida.

Volvemos a la nada, que quizás sea ¡el gran todo! Y que conste que no sabemos nada del existencialismo ateo, ni conocemos nada del materialismo dialéctico. Tampoco conocemos «el ser y la nada» del «maquís» francés y rebelde en la resistencia contra los alemanes Jean Paul Sartré.

En diferentes ocasiones, conversando unas veces con el padre y otras veces con el hijo, de manera juguetona de mi parte, y en reiteradas ocasiones, a los dos le trataba a mi manera el asunto del apellido no español sino árabe Almánzar. Y así de modo ocurrente y de manera arbitraria, puro invento mío. Argumentaba que ese apellido árabe encerraba mucho poder, porque «Al- Man – Zar» significaba: Al (el) Man (hombre) Zar (emperador).

También a los dos les hacía la historia del Califa Almanzor. Este buen Califa seguidor del Profeta, levantó un regio palacio; pero una choza destruida que a pedazos se caía al lado de la majestuosa edificación, afeaba el palacio de Almanzor.

En la choza un anciano vivía; el Califa quiso comprar el esperpento de casa y el viejo se negó a vender, porque alegó de modo tajante que ahí había nacido él y que ahí moriría.

El justiciero Califa respetó el parecer del anciano propietario. Entonces un adulón del poderoso le dijo a Almanzor: «No lo pienses más, arrasemos ya del testarudo el cuchitril y san se acabó». Entonces el califa dijo: «Jamás lo haré, porque quiero que cuando alguien diga, ¡Almanzor fue grande!, quiero que otro agregue, ¡Almanzor fue justo! Y les decía yo: «Los Almánzar son descendientes del Califa Almanzor, por eso ustedes el padre y el hijo son serenos, equitativos y aman la justicia.» Ciertamente ambos fueron justos de cuerpo entero.

Con Servio Tulio, por espacio de 20 años todas las tardes hablaba largo y tendido y «María Pía» me decía: «Don Antonio, dice Servio que tiene que hablar todos los días con usted, porque ya usted es el único que le queda para hablar del pasado!»

Al padre yo le di en el camposanto la despedida, al hijo, a mi entrañable Servio Tulio no pude, porque estoy bajo las calamidades terribles de un severo ataque bronquial que me roba el aire. Yo vivo al pie o a los pies de las «torres impares» que se levantan hacia las nubes frente a donde vivo o donde mal vivo, en el triste «8M», donde de las «torres impares nos ha caído de todo. De todo, aunque los arrendadores, quieren seguir brillando «el rock and roll» del aumento de las mensualidades, sin tomar en cuenta el Decreto 4807 del 16 de mayo de 1955, de Trujillo. Que todavía rige la materia.

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