Servicios bibliotecarios

Servicios bibliotecarios

PEDRO GIL ITURBIDES
A fines de 1999 nos llamó el Dr. Diómedes Núñez Polanco, director de la Biblioteca Nacional, quien ejerce por nueva vez estas funciones desde 2004. Deseaba introducir modificaciones a la Ley 263, de noviembre de 1975. Impulsaba un proyecto destinado a establecer bibliotecas públicas satélites, y con ese motivo preveía la necesidad de la reforma. Le explicamos que concebimos esa ley como una piedra angular, y que era innecesario introducirle cambios.

“Es como una ley sustantiva para la Biblioteca Nacional”, dijimos. “A lo que puedes introducirle modificaciones es al Reglamento 2891, al que puedes añadirle un capítulo sobre bibliotecas públicas barriales o de otras ciudades”. Tenía el proyecto de establecer una biblioteca pública en el sector Calero, de Villa Duarte. De hecho, ya había obtenido y pintado el local. Su propósito era descongestionar las salas de lectura de la Biblioteca Nacional.

Al escucharlo pensamos en un viejo sueño. Le dijimos que tanto desde esa institución como desde la Liga Municipal Dominicana pensamos en la posibilidad de establecer una red de servicios bibliotecarios. El arquitecto José Ramón Prats González, Pusiso, había elaborado un boceto de las que serían sedes locales de estos establecimientos. Y le hablé de la vieja red, ya desaparecida, creada entre los años del decenio de 1940 y el siguiente.

La concepción de estos servicios fue la obra de un bibliotecólogo español, don Luis Florén, de grata historia para el país. El preparó el plan nacional de bibliotecas públicas, que incluía el reforzamiento de las fomentadas por los gobiernos locales. Florén había organizado los primeros cursos para formar auxiliares bibliotecarios, y algunos de éstos fueron figuras de relieve en esta profesión. Dos de ellos, el Dr. Ramón Muñoz y Rafael Ricart, llegaron a dirigir las bibliotecas de la Organización de las Naciones Unidas, en Nueva York, y la biblioteca Colón de la Unión Panamericana, en Washington, respectivamente.

Le hablamos de ello, porque algún gobierno de los de la democracia, algún día, debe retomar esta cadena que es fuente del saber. De igual modo en que se ha hecho con la Biblioteca Nacional, los pequeños centros satélites pueden combinarse con salas de servicio digital. Después de todo, esa es la moda de estos años, y el país no puede sustraerse a ese espejismo, so pena de recibir tacha de atrasado.

La Biblioteca Nacional debe permanecer como una especie de museo bibliográfico. Como lo expresa su ley, este centro se destina a reunir y preservar toda la producción del pensamiento de los dominicanos. Y sobre todo, a conservar intactas las ediciones incunables, ediciones príncipes de obras que por una u otra causa no han sido reproducidas de nuevo.

Pero eso sí, se impone crear el sentido de amor al libro y a las publicaciones impresas. No sé cuál de ustedes conoció la pequeña biblioteca pública que funcionaba en el pantalón de las calles José Reyes con Restauración y Francisco Cerón. Fue una de aquellas de la red que inspiró don Luis Florén en los años en que se entendía el papel de las bibliotecas en la creación del saber humano. Vivíamos cerca, y al pasar por sus puertas la contemplaba repleta de vecinos que acudían a leer a la pequeña sala.

Hoy día su local sirve a una tiendecita de servicios de llamadas internacionales, comunicaciones de red digital y banca de apuestas. ¿Por qué este cambio tan radical? En realidad la biblioteca desapareció en algún día de julio de 1961. Su acervo se componía de la colección

Austral, obras didácticas apropiadas a los escolares del sector, obras de autores dominicanos y periódicos nacionales, principalmente. Fue satanizada, sin embargo, porque en sus anaqueles también figuraban libros que loaban a Rafael L. Trujillo.

Asaltada, robada y de algún modo quemada, sirvió luego a un taller de reparación de equipos eléctricos. Más tarde alojó a un sastre del vecindario, y con el correr de los años, sabrá Dios a cuántos oficios y negocios más. Y hoy día sirve a los fines ya descritos. Pero biblioteca no es desde aquél día imprecisado de julio de 1961 en que nuestro ancestral salvajismo la hizo pasto de nuestra incuria. Por eso, en aquella oportunidad en que Diómedes nos consultó sobre la Ley de la Biblioteca Nacional, intenté convencerlo de la necesidad de la red de servicios bibliotecarios.

Que puede servir al doble propósito de ofrecer servicios bibliográficos convencionales, y, para evitar que nos tilden de atrasados, ofrecer servicios digitales.

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