Sesquicentenario de la Guerra Restauradora

Sesquicentenario de la Guerra Restauradora

El histórico estallido insurgente de Capotillo iniciado en agosto de 1863 hace 150 años, aunque recibe un ingrato tratamiento trivial fue fundamental para la supervivencia de la República Dominicana. En aquellos instantes gloriosos gentes sencillas del pueblo cruzaron armados desde Capotillo Francés (con la ayuda del Presidente haitiano Geffrard) y ocuparon el poblado de Capotillo e iniciaron una revuelta que no solo culminaría con la victoria, sino que se convirtió en el epitafio del dominio de España en las Antillas.

El Libertador Bolívar tenía entre sus planes una expedición a Cuba y Puerto Rico, pero organizar una armada poderosa era muy difícil para la Gran Colombia, su fuerte siempre fueron las acciones terrestres. Sin proponérselo campesinos y antiguos soldados dominicanos evidenciaron que la derrota al colonialismo español era factible con la sublevación interna en las colonias. Hacia finales del mes de agosto solo un general de la antigua república se había unido a los rebeldes, el calumniado generalísimo Gaspar Polanco, designado comandante en jefe.

La soldadesca al servicio de la monarquía española advirtió que ese inusitado movimiento era el principio del cataclismo para su dominación. El brigadier Buceta (el más importante jefe militar en el Cibao) informaba el 23 de agosto: “Por mis propias observaciones puedo asegurar que el movimiento cuenta con Jefes que conocen perfectamente la guerra de montaña y esta circunstancia en un país tan montuoso persuade a creer que solamente la inmediata presencia de fuerzas muy superiores puede paralizar el progreso de la revolución …”. Estaba en lo cierto Buceta la revolución era irreversible, los refuerzos llegaron en gran cantidad pero no pudieron contener la hemorragia insurreccional. Catorce días después Buceta comprobó sus sospechas cuando sufrió contundente revés en la Batalla de Santiago, el 6 de septiembre (hoy es una batalla olvidada) los patriotas tomaron a Santiago.

Los españoles en represalia quemaron la ciudad, aunque de modo erróneo se trata de atribuir el incendio a Polanco.

Fueron los propios soldados coloniales quienes evidenciaron el portentoso contexto de la rebelión, otro ejemplo elocuente se recoge en una carta remitida por un soldado colonial que desde Puerto Plata en tono harto aflictivo le manifestaba a su padre: “Hoy me veo en la dura precisión de ser más lacónico, pues estamos otra vez de revolución,  pero revolución grande, que no se sabe cuál será el resultado y se teme que sea malo para las armas españolas.

No me equivocaba ni eran ilusiones las que tenía cuando en mis anteriores le decía a usted que esta gente era mala y no nos quería …”. El soldado estimaba los dominicanos no eran buenos porque habían desatado una guerra imposible de reducir, eran malos porque rechazaban una ocupación extranjera que se realizó al margen de su voluntad.

El afligido soldado en realidad era una víctima, lo involucraron en una guerra que no era su guerra, sin saberlo su papel era de mercenario, había sido engañado como trataron de estafar al noble pueblo español que se enteró de la anexión después de consumado ese acontecimiento. El partido de gobierno en España la Unión Liberal, liderado por Leopoldo O’Donnell, Francisco Serrano y Juan Prim se inventó la anexión no para complacer a Pedro Santana, sino con el objetivo de promocionar en demasía el “patriotismo” español, como lo habían practicado con la toma de importantes ciudades en Marruecos y con ello colocar en segundo plano las graves diferencias políticas internas en España. Nunca imaginaron O’Donnell, Serrano y Prim que la aventura de Santo Domingo terminaría con una derrota humillante.

Millares de ciudadanos en su mayoría de estratos sociales muy bajos, provocaron una incontenible riada revolucionaria que propagó el espíritu insurreccional en las Antillas, luego estallaron las rebeliones de Lares en Puerto Rico y Yara en Cuba. Parecía imposible que un ejército colonial con la aureola de las victorias en Marruecos se mostrara a la defensiva contra humildes “insurrectos”, pero aquellos héroes mal armados y mal vestidos luchaban por un ideal superior al poderío bélico colonial. Tras el asenso de Gaspar Polanco a la presidencia insurgente el debate en la monárquica corte parlamentaria de Madrid cambió de manera radical, se empezó a discutir el modo de abandonar la isla sin que esto se reflejara como una derrota, algunos insistían en la idea de vencer la rebelión y luego retirarse de la isla para demostrar fortaleza en el área, pero la tenaz resistencia dominicana impuso la única solución posible: la salida sin condiciones. Se produjo el retiro o fuga española el 11 de julio de 1865, el propio Capitán General José de la Gándara dejó escrito para la historia amargas reflexiones al momento del desparpajo en la ciudad de Santo Domingo: “A las siete y media de la mañana del citado día 11 solo quedaba en aquel suelo la extrema retaguardia, con la cual verifiqué mi embarque en el vapor Águila, a las ocho menos cuarto, siendo yo el último que pasó a bordo».

Desde el barco sentenció: “Adiós, Santo Domingo, murmuraba yo al salir, por la boca del Ozama y separarme para siempre de aquella inhospitalarias playas; bajo tu cielo, que cubre tantas tumbas de hijos de la noble España, he sentido las torturas de la ansiedad y las decepciones del desencanto …“. El profundo despecho que susurraba el derrotado general reflejaba la magnitud de la heroicidad de aquellos ciudadanos sencillos, que 150 años atrás trazaron el sendero que concluiría con el dominio de la monarquía española en las Antillas.

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