¿Sexo débil?

¿Sexo débil?

ÁNGELA PEÑA
La debilidad que por siglos se ha atribuido a la mujer es relativa. Tal vez nunca se sabrá quien fue el autor de tan floja definición ni en que se basó para afirmarlo. Probablemente, cuando pensó que la mujer es débil estaba confundiendo el término con sumisa, condición impuesta desde tiempos ancestrales que sigue siendo la recomendación elemental de las madres a toda chica casadera: “Lo que diga tu marido, eso es lo que va”. Ellas, a su vez, transmiten el mandato a sus hijas y así va quedando como herencia esa prescripción a la que muchas han a comenzado a enfrentarse… con pésimos resultados.

Woody Allen afirmó recientemente en una entrevista para La Nación, de Argentina, que “la mujer es superior al hombre”, que “el sexo femenino es más sabio”, que las féminas son “más civilizadas, gentiles, interesantes y divertidas porque son más complicadas y emocionales, mientras que los hombres intentan mostrarse fuertes y ocultar sus emociones”. El reconocido actor y productor de cine describe a la mujer como “el género superior”. Probablemente es la primera vez que un hombre se atreve a exteriorizar tan contundente pronunciamiento que, para algunas, es una realidad indiscutible, llegando a afirmar que la mujer es el verdadero sexo fuerte. Lo cierto es que uno y otra son ambas cosas a la vez: fuertes y débiles, aunque en algunos, a veces la única fortaleza es física.

Por siglos, a la mujer sólo se le ha reconocido valor para pujar y soportar los dolores del parto pero su reciedumbre va más allá de ese proceso que es tan duro y difícil como tierno. Ella arrea vacas, conduce camiones y guaguas, ara la tierra, abre zanjas, derriba robustos árboles, se echa sobre los hombros un bidón de agua tan sencillamente como un saco de víveres y se trepa con facilidad a un tractor. Al margen de esas demostraciones de potencia corporal poco hay que decir de las habilidades femeninas en el desarrollo de profesiones en las que muchas han demostrado superar al más sobresaliente varón.

Hay supermachos, en cambio, incapaces de enfrentarse a un ratón o de matar una cucaracha. Recientemente, el esposo de una dama enferma salió casi desmayado de la habitación del hospital porque no soportó ver a la enfermera tratando de localizar una vena para colocarle el suero, y muchos, muy vigorosos, no van sin compañía al laboratorio clínico porque se marean cuando les extraen sangre. Otros llaman a la vecina cuando aparece un reptil o rehuyen visitar pacientes agonizantes pues son débiles para ver estos cuadros. Prefieren aguardar sus fallecimientos para ir a hacer historias a las funerarias.

La que mayores muestras de superioridad y autosuficiencia demuestran son las madres solteras, divorciadas y viudas que no cuentan con un bastón para apoyarse en los accidentes de los hijos y en el cúmulo de obligaciones que no tienen con quien compartir.  Además de cumplir con religiosidad su triple papel de ama de casa, madre y suplidora, la mujer es en muchos casos la confianza de patrones de fábricas y oficinas que las prefieren a los hombres por su responsabilidad, honestidad, valentía y eficiencia. En este país, el único que ha sido reiterativo en reconocer públicamente estas condiciones, ha sido Radhamés Gómez Pepín, que por eso dice preferir trabajar con periodistas hembras. Otros no lo confiesan, tal vez para no ver debilitadas sus imágenes preeminentes.

Es probable que Woody Allen exagerara en su apreciación y esta revelación quizá lo torne antipático a los ojos de sus admiradores masculinos. La mujer no es el género superior: Es el complemento del hombre, aunque con virtudes, dones, osadía y resistencia que en muchos varones escasean. Un complemento que parecen necesitar todos, incluyendo a débiles homosexuales que siempre buscan apoyo y solidaridad en amigas, madres, tías, primas y  hasta en las ex esposas que tuvieron cuando todavía no se habían declarado.

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